l teatro podia asistir por razon del
luto.
Un dia, hallandose en una libreria de la Carrera de San Jeronimo, donde
solia pasar algunos ratos hojeando las obras recien llegadas del
extranjero, acerto a entrar en la tienda una hermosa dama elegantemente
vestida. Al verla, los ojos de Raimundo se dilataron expresando el
asombro: se posaron en ella con una intensidad que la obligo a volver la
cabeza hacia otro lado. Mientras compraba unas novelas francesas la
estuvo contemplando extasiado, con senales de alteracion en su
fisonomia. El libro que tenia asido temblaba ligeramente entre sus
manos. Al salir ella, dejolo caer y trato de seguirla; pero a la puerta
estaba un carruaje esperandola. El lacayo, sombrero en mano, le abrio la
portezuela, y los caballos arrancaron al instante con velocidad.
--?Que es eso, D. Raimundo?--le dijo el dependiente, viendole entrar de
nuevo en la tienda--. ?Le ha hecho a usted impresion mi parroquiana?
El joven sonrio disimulando su turbacion, y respondiendo con fingida
indiferencia:
--A cualquiera le llamara la atencion una mujer tan hermosa. ?Quien es?
--?No la conoce usted? Es la senora de Osorio, un banquero, hija de
Salabert.
--iAh! ?hija de Salabert? ?Vive en aquel palacio grande del paseo de
Luchana?
--No, senor; vive en un hotel de la calle de Don Ramon de la Cruz.
No queria saber mas, y se despidio. Aquella dama se parecia de un modo
asombroso a su madre. La situacion de su espiritu, todavia agitado y
dolorido, hizo que tal semejanza adquiriese mas relieve a sus ojos del
que realmente tenia, le produjese una viva expresion. Pocos momentos
despues pasaba por delante del hotel de Osorio tres o cuatro veces; pero
no logro ver nuevamente a la senora. Al otro dia fue al paseo del Retiro
y alli la hallo. Desde entonces espio y siguio sus pasos con una
constancia que revelaba el profundo sentimiento que embargaba su
espiritu. Aunque tenia bien presente la fisonomia de su madre, el
semblante de Clementina Salabert se lo traia a la memoria con mayor
energia. Esto le producia vivo dolor, en el cual se placa, aunque
parezca paradojico. Bien lo entendera el que haya visto desaparecer de
este mundo a un ser querido. Suele haber cierta voluptuosidad en
escarbar la llaga, en renovar la pena y el llanto. Raimundo no podia
contemplar mucho tiempo el rostro de Clementina sin sentir las lagrimas
correr por sus mejillas. Por esto, quiza, era por lo que la buscaba en
todas partes. Sin emba
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