es. Hay salvaje
que se estraga fumando sin gana cigarro sobre cigarro, solo por el gusto
de ahumar la boquilla antes que alguno de sus colegas. Y si no es asi,
por lo menos, nadie se cuida de saborear el tabaco. Lo importante es
soplar el humo sobre la espuma de mar y que vaya tomando color por
igual. De vez en cuando sacan el fino panuelo de batista, y con una
delicadeza que les honra se dedican largo rato a frotarla mientras su
espiritu reposa dulcemente abstraido de todo pensamiento terrenal.
Graves, solemnes, armoniosos en sus movimientos, los socios mas
distinguidos del _Club de los Salvajes_ chupan y soplan el humo del
tabaco de dos a cuatro de la tarde. Hay en esta tarea algo de intimo y
contemplativo, como en toda concepcion artistica, que les obliga a bajar
los parpados y a subir las pupilas para mejor recrearse en la pura
vision de la Idea.
En este elevadisimo estado de alma se hallaba nuestro amigo Pepe Castro
ahumando una que figuraba la pata de un caballo, cuando le saco de su
extasis la voz de Rafael Alcantara que desde lejos le grito:
--?Conque es verdad que has vendido la jaca, Pepe?
--Hace ya unos dias.
--?La inglesa?
--?La inglesa?--exclamo levantando los ojos hacia su amigo con asombro y
reconvencion--. No, hombre, no; la cruzada.
--Chico, como no hace dos meses siquiera que la has comprado, no creia
que te deshicieses de ella.
--Ahi veras tu--replico el bello calavera adoptando un continente
misterioso.
--?Algun defecto oculto?
--A mi no se me oculta ningun defecto--dijo con orgullo.
Y todos lo creyeron; porque en este ramo del saber humano no tenia rival
en Madrid, si no era el duque de Saites, reputado como el primer mayoral
de Espana.
--Ah, vamos, falta de _luz_.
--Tampoco.
Rafael Alcantara se encogio de hombros y se puso a hablar con los que
tenia cerca. Era un joven rubio, de fisonomia gastada, ojos pequenos y
verdosos, malignos y duros. Como otros tres o cuatro de los que asistian
a diario al club, entraba en el y alternaba con toda la alta
aristocracia, sin derecho alguno. Alcantara era de familia humilde, hijo
de un tapicero de la calle Mayor. En muy poco tiempo se habia gastado la
pequena hacienda que le dejo su padre y despues vivio del juego y a
prestamo. A todo Madrid debia y hacia gala de ello. La condicion que le
mantenia abiertas las puertas de la alta sociedad era su valor y su
cinismo. Alcantara era hombre bravo de veras, se habia batido tres o
cuatro
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