detenidamente, no hemos hallado en las ideas de su venerado
maestro nada que justifique esta censurable tendencia. Los mas bellos y
elevados preceptos de los grandes hombres, degeneran y se pervierten al
realizarse por sectarios y continuadores. Pepe Castro, aunque advertia
estas deficiencias e imperfecciones de su discipulo, no se las echaba en
cara. Antes, con la nobleza propia de los grandes caracteres, extendia
sobre el su clemencia para perdonarlas y ocultarlas. Nadie osaba, en su
presencia, hacer burla de los cuellos ni de los guinos de Ramoncito.
Eran poco mas de las cuatro cuando entrambos salvajes salieron del club
abrochandose los guantes. A la puerta estaba la _charrette_ de Castro,
que este despidio dando hora al cochero para el paseo. Antes debia hacer
una visita a ruego de Ramoncito. Caminaron por la calle del Principe,
donde el club esta situado, a paso lento, observando con fijeza a las
mujeres que cruzaban. Detenianse a veces un instante para hacer algunas
indicaciones luminosas sobre su garbo y elegancia, no como el timido
transeunte que contempla y suspira, sino como dos bajaes que entrasen en
un mercado de esclavas y antes de elegir discutiesen las cualidades de
cada una. A los hombres arrojabanles una rapida mirada despreciativa. Y
por si esto no bastaba se envolvian en una fuerte bocanada de humo para
hacerles presente que ellos, Pepe y Ramon, pertenecian a un mundo
superior, y que si caminaban por la calle del Principe era solo por
capricho y momentaneamente. Siempre que se dignaban pasear un poco a pie
entre calles como ahora, en la expresion de su rostro habia cierto matiz
de sorpresa al ver que su paso no era acogido por la muchedumbre con
rumores de admiracion.
Maldonado era mas locuaz que su amigo. Sobre lo que iba y venia
expresaba su opinion levantando el rostro sonriente hacia Castro. Este
permanecia grave, solemne, respondiendo con monosilabos y adecuados
grunidos. Digamos que Ramoncito era mucho mas bajo que su maestro, no
solo moral, sino tambien fisicamente. Cuando paseaban a pie
representaban verdaderamente, el uno al sabio profesor que va dejando
caer gota a gota el raudal de su ciencia; el otro al ardoroso neofito
avido de enterarse y penetrar cuanto abarca su vista.
--?Adonde vamos?--pregunto distraidamente Castro al llegar a las cuatro
calles.
--Hombre, ?no habiamos quedado en casar por casa de Calderon?--dijo
timidamente y un poco despechado Ramoncito.
--iAh! si; se me
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