iar.
Propusieronle sus tios quedarse a vivir con ellos, dado que era
demasiado joven para ponerse al frente de una casa, y sobre todo para
guardar y autorizar a su hermana. El contaba entonces veintitres anos, y
ella poco mas de diez y ocho. Ni uno ni otro aceptaron el arreglo.
Quisieron vivir solos y juntos. Tomaron un cuarto tercero en la calle de
Serrano, muy lindo y alegre, trasladaron a el sus muebles, y despues de
instalados empezo a deslizarse su vida, triste si por el recuerdo
siempre presente de su madre, pero apacible y serena. Raimundo fijo su
atencion y cuidados en Aurelia. Penetrado de su papel de padre y
protector de aquella nina huerfana, hizo con ella lo que su madre habia
hecho con el hasta entonces; la atendio y la mimo con un amor y un
esmero que conmovia a los amigos que los visitaban. Aurelia no era
hermosa ni tenia gran talento; pero sentia hacia su hermano, porque su
madre se la habia infundido, una adoracion idolatrica. Sin embargo, aun
en lo referente a la vida material, sintio el joven el vacio de su
madre. Aurelia se esforzaba en que no echase de menos nada; pero estaba
bastante lejos de alcanzar la suprema delicadeza de aquella. Poco a
poco, no obstante, se fue adiestrando en el gobierno de la casa. Ademas,
Raimundo ya no exigia los refinamientos de antes. El sentimiento de
proteccion, la conciencia de los deberes que tenia que llenar hacia su
hermana, le hacia no pensar en si mismo. Al contrario, cualquier
atencion de Aurelia le sorprendia, y la agradecia como si viniese de un
nino. Ambas existencias se fueron compenetrando.
Vivian modestamente. El cuarto les costaba veinte duros. No tenian mas
que una criada. Asi que la renta de ocho mil pesetas que poseian, les
bastaba. Como procedia de papel del Estado y acciones de una fabrica, su
administracion era facilisima. Raimundo pudo dedicarse con mas ardor que
nunca al estudio. Deseaba cumplir, respecto a su hermana, la promesa que
habia hecho a la madre, de renunciar a su parte de herencia y
constituirla una dote que la permitiese casarse bien. Despues que salio
de casa, fue dos veces por semana al cementerio a esparcir algunas
flores sobre la tumba de su madre. Los domingos llevaba consigo a
Aurelia. Salia poco habitualmente. El estudio preparatorio para hallarse
apercibido a una oposicion, de un lado, y de otro su mania de colector y
escrutador del mundo de los insectos, absorbian casi todo su tiempo. Por
milagro entraba en los cafes, ni a
|