rgo, habia una dureza y severidad en el que no
habia tenido jamas el de su madre; pero cuando sonreia, al desaparecer
esta dureza, la semejanza era realmente maravillosa.
No se le oculto a nuestro mancebo el enojo que la dama recibia de su
tenaz persecucion. Y no podia menos de reirse interiormente de aquel
extrano error. Si supiese esta senora--se decia cuando veia un gesto de
desden en sus labios--por que me gusta tanto, ique grande seria su
asombro! Una corriente de simpatia y hasta, es posible decir, de
adoracion le iba ligando a ella. Si no fuese por aquel aspecto imponente
que tenia, es facil que le hubiera dirigido la palabra, la hubiera hecho
entender que gran consuelo le daba con su presencia. Pero Clementina
estaba colocada en una esfera tan alta, que temia su desden. Bastante
era el que le mostraba por el solo delito de contemplarla. Por otra
parte, habian llegado a sus oidos rumores que la desacreditaban. No
procuro confirmarlos, primero porque no le importaba, y despues porque
una vez confirmados se veria obligado a despreciarla, y no queria que
una mujer que tanto se parecia a su madre en la figura fuera un ser
despreciable. Se abstuvo de pedir noticias de ella. Contentose con
satisfacer siempre que podia aquel extrano deseo de renovar su dolor, de
conmoverse hasta derramar lagrimas. Como no frecuentaba la alta sociedad
ni podia asistir al teatro, para procurarse este placer necesitaba
seguirla en la calle o en el paseo cuando no iba en coche. Tambien
averiguo que iba los domingos a misa de dos en los Jeronimos; alli la
pudo contemplar con mas espacio y sosiego.
Habia dado cuenta a su hermana del hallazgo, pero no hizo ningun
esfuerzo para mostrarselo. Temia que Aurelia no viese tan clara como el
la semejanza y le arrancase parte de su ilusion. Dos o tres veces a la
semana, Clementina solia salir a pie por la tarde, como el dia en que
por vez primera la vimos. Raimundo, desde el mirador de su gabinete de
la calle de Serrano, convertido en observatorio, espiaba su llegada. En
cuanto la columbraba a lo lejos se echaba a la calle para seguirla
hasta donde pudiese. A la dama le molestaba esta persecucion
fuertemente, por ser la hora en que iba a casa de su amante. No que le
importase mucho que se divulgasen sus nuevos amores, sino por un resto
de pudor que conservaba. Ademas, sabia, porque se lo habian dicho
recientemente, que los maridos, cuando sorprenden a sus esposas en
flagrante adulterio y las matan,
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