los habitantes. Su mujer, el portero, el cocinero, Llera y
casi todos los empleados recibieron en mitad del rostro alguna frase
grosera pronunciada en el tono cinico y burlon que caracterizaba su
discurso. Despues de almorzar encerrose en el escritorio con su mal
humor a cuestas. No hacia una hora que alli estaba, cuando entraron a
avisarle que un cochero de punto deseaba hablar con el.
--?Que quiere?
--No lo se. Desea hablar con el senor duque.
Este, iluminado repentinamente por una idea, dijo:
--Que pase.
El cochero que entro era el mismo que le habia conducido desde casa de
Calderon a la de su querida. Salabert le miro con ansiedad.
--?Que traes?
--Esto, senor duque, que sin duda debe de ser de vuecencia--dijo
presentandole la cartera perdida.
El banquero se apodero de ella, la abrio prontamente, y sacando el
monton de billetes que contenia, se puso a contarlos con la destreza y
rapidez propias de los hombres de negocios. Cuando concluyo dijo:
--Esta bien: no falta nada.
El cochero, que, como es natural, esperaba una gratificacion, quedose
algunos instantes inmovil.
--Esta bien, hombre, esta bien. Muchas gracias.
Entonces, con el despecho pintado en el semblante, el pobre hombre dio
las buenas tardes y se dirigio a la puerta. El duque le echo una mirada
burlona, y antes de llegar a ella le dijo, sonriendo con sorna:
--Oye, chico. No te doy nada, porque para los hombres tan honrados como
tu, el mejor premio es la satisfaccion de haber obrado bien.
El cochero, confuso e irritado a la vez, le miro de un modo indefinible.
Sus labios se movieron como para decir algo; mas al fin salio de la
estancia sin articular palabra.
V
#Precipitacion.#
Raimundo Alcazar, que asi se llamaba aquel joven rubio tan pertinaz y
enfadoso que siguio a Clementina cuando hemos tenido el honor de
conocerla al comienzo de la presente historia, recibio la mirada
iracunda que aquella le dirigio al entrar en casa de su cunada con
admirable sosiego y resignacion. Espero un momento a ver si solo iba a
dejar algun recado, y como no saliese se alejo tranquilamente en
direccion a la plazuela de Santa Cruz. Se detuvo en un puesto de flores.
La florista, al verle llegar, le sonrio como a un antiguo parroquiano y
echo mano al ramo de rosas blancas y violetas que sin duda estaba ya
preparado para el. Dirigiose a la Plaza Mayor y tomo el tranvia de
Carabanchel. Dejolo donde se bifurca con el camino que conduce al
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