dativa o los panos de leche y adormideras. Si por
la noche tosia, por poco que fuese, ya estaba intranquila y no paraba
hasta que silenciosamente y en camisa iba a cerciorarse de que su hijo
no se habia destapado. Cuando Aurelia estuvo en edad de hacerlo,
tambien comenzo a ayudar a la madre en esta tarea de ahuyentar todo
dolor, de arrancar las espinas, por pequenas que fuesen, del camino del
joven entomologo.
Desgraciadamente, mejor pudieramos decir naturalmente, pues que la
felicidad es imposible en este mundo, esta existencia dichosa tuvo
pronto un termino. Isabel cayo enferma con pulmonia. No quedo bien
curada por haberla quiza descuidado o por no haberse atrevido el medico
a aplicarle ciertos remedios un poco crueles. Quedole un catarro
pulmonar que la debilito bastante. Por consejo del medico fue a
Panticosa en compania de Raimundo, quedando Aurelia en casa de unos
parientes. Se repuso un poco, pero fue para recaer pocos dias despues de
llegar a Madrid. Descaecio notablemente, hasta el punto de que la gente
de fuera vio con claridad que se moria. A Raimundo no se le paso por la
cabeza. Aquella existencia estaba tan ligada a la suya, que las dos no
formaban mas que una. Le pasaba como a casi todos los enfermos que no
saben que se mueren. Aunque muy enferma, Isabel seguia con la misma
diligencia gobernando la casa. Raimundo la habia rogado, y luego,
prevalido del inmenso ascendiente que sobre ella tenia, la habia
prohibido que se ocupara en ningun menester. Pero ella, burlando su
vigilancia, arrastrada de esa inclinacion invencible que sienten las
mujeres hacendosas hacia el trabajo, no abandonaba sus tareas. Un dia,
cuando ya puede decirse que estaba moribunda, la sorprendio Raimundo de
rodillas limpiando con un pano el pie de una mesa. Quedo estupefacto, y
despues de renirla carinosamente la levanto cubriendola de besos.
Una amiga devota que vino a visitarla la insinuo que debia confesarse.
Isabel se impresiono tristemente. Su hijo, que la encontro llorando,
enfureciose y prorrumpio en denuestos contra los beatos. A pesar de
esto, la enferma, que iba ya penetrandose de su estado, exigio con
dulzura y firmeza a la par que viniese el cura. Raimundo, disgustado,
llamo en su apoyo, para negarse a ello, al medico. Este contesto al
principio evasivamente. Por ultimo, dijo que eso nunca estaba de mas,
que si los sanos se hallaban expuestos a una muerte repentina, con mayor
razon los enfermos. Ni aun con eso entro la l
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