uera de su
sitio. El duque echo una mirada torva a esta licorera y alzo suavemente
la cortina de la alcoba. En primoroso lecho de ebano con incrustaciones
de marfil, reposaba una joven de tez blanca, blanquisima, y cabellos
negros, negrisimos. Reposaba con un abandono sin delicadeza, en una
posicion de animal bien cebado. Hasta en el sueno es posible conocer la
condicion y espiritualidad de la persona.
Salabert tuvo un momento la cortina suspendida. Luego la sujeto con
cuidado, y sentandose en una butaquita que habia al lado de la cama, se
puso a contemplar con fijeza a la bella dormida. Porque era bella en
efecto y en grado excelso. Sus facciones, notablemente correctas y
delicadas: perfil griego, frente pequena y bonita, nariz recta, labios
rojos un poco gruesos; la tez, un prodigio de la naturaleza, mezcla de
alabastro y nacar, de rosas y leche, debajo de la cual corria la vida
abundante y rica. Los cabellos, negros y brillantes, estaban sueltos,
manchando con el aceite perfumado la almohada de batista. A pesar de lo
frio del tiempo, tenia un brazo y casi medio cuerpo fuera de las
sabanas. Verdad que en el gabinete ardia con vivo e intenso fuego la
chimenea. El brazo estaba enteramente desnudo y era de lo mas hermoso y
mejor torneado que pudiera verse en el genero. Pero la mano que estaba
al cabo de este brazo no correspondia a su belleza. Era una mano donde
la holganza presente no habia conseguido borrar las huellas del trabajo
pasado, mano pequena, pero deformada, con los dedos macizos y
aporretados, mano plebeya elevada de repente al patriciado.
Aunque el banquero no se movia, la fijeza y avidez de sus ojos posados
sobre la joven ejercieron sobre ella la consabida influencia magnetica.
Al cabo de algunos minutos cambio de postura, suspiro con fuerza y abrio
los ojos, que eran negros como la tinta. Fijaronse un instante con vaga
expresion de asombro en el duque, y cerrandolos de nuevo murmuro una
interjeccion de carretero, hundiendo al mismo tiempo su cara en la
almohada. Luego, como si repentinamente cruzara por su mente la idea de
que habia hecho una cosa fea, dio la vuelta, abrio de nuevo los ojos y
dijo sonriendo:
--iHola! ?Eres tu?
Al mismo tiempo le alargo la mano. El duque se la estrecho, y alzandose
de la butaca le dio un sonoro beso en la mejilla, diciendo:
--Si quieres dormir mas te dejare. No he venido mas que a darte un beso.
Pero no era uno, sino buena porcion los que le estaba aplicando en
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