sin pesar. Otra mujer cualquiera
se creeria humillada necesitando acudir a cada instante a su marido para
los menesteres mas insignificantes de la vida domestica. Ella juzgabalo
natural, y sobre todo muy comodo cuando la sordida economia de Calderon
no la apretaba demasiado. La que alguna vez protestaba sordamente contra
esta exclusiva centralizacion de las atribuciones administrativas era su
madre, aquella senora delgadisima, de ojos hundidos, de quien hicimos
mencion en el primer capitulo. Tales protestas no eran, sin embargo,
frecuentes ni duraderas. En el fondo habia un acuerdo perfecto entre la
suegra y el yerno. La vieja, como viuda de comerciante de provincia, a
quien habia ayudado a labrar su capital, era mas amante aun del orden y
la economia, mejor dicho, era todavia mas tacana que el. Por esto no
habia podido vivir jamas con su hijo: su excesivo gasto, y sobre todo el
despilfarro, los caprichos escandalosos de Clementina, la irritaban, la
amargaban todos los instantes de la existencia. En casa de Calderon, su
papel era el de vigilante o inspector de la servidumbre, el cual
desempenaba a maravilla. Su yerno descansaba confiadamente en ella.
Gracias a esto y a que esperaba que mejorase a Mariana en el testamento,
la guardaba mas consideraciones que a esta.
Salabert era, en el fondo, tan avaro como Calderon y casi tan timido,
pero mucho mas inteligente. Su timidez estaba contrapesada por una buena
dosis de fanfarroneria: su avaricia por un conocimiento profundo de los
hombres. Sabia bien que el aparato, la ostentacion de las riquezas,
influye notablemente hasta en el animo de los mas despreocupados;
contribuye en sumo grado a inspirar la confianza necesaria para acometer
empresas importantes. De aqui el lujo con que vivia, su palacio, sus
trenes, los bailes famosos que de vez en cuando daba a la sociedad
madrilena. El caracter de Calderon le inspiraba un desprecio profundo:
al mismo tiempo le despertaba el buen humor. Al ver la pequenez de su
amigo se crecia, contemplabase mas grande de lo que en realidad era y
experimentaba viva satisfaccion. No se juzgaba solamente mas habil, mas
astuto (unicas ventajas que positivamente le llevaba), sino generoso y
liberal, casi un prodigo.
Penetro resoplando en el tenebroso almacen de la calle de San Felipe
Neri, dejando como siempre estupefactos, abatidos, aniquilados a los
dependientes, para los cuales el duque de Requena no era solo el primer
hombre de Espana, sino un
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