le representaba. Calderon era un tipo de banquero
distinto de Salabert. Tenia un temperamento esencialmente conservador,
medroso hasta el exceso para los negocios, prefiriendo siempre la
ganancia pequena a la grande cuando esta se logra con riesgo. De
inteligencia bastante limitada, cauteloso, vacilante, minucioso. Toda
empresa nueva le parecia una locura. Cuando veia fracasar a un
companero en alguna, sonreia maliciosamente y se daba a si mismo el
parabien por el gran talento de que estaba dotado. Si rendia ganancias,
sacudia la cabeza murmurando con implacable pesimismo: "Al freir sera el
reir". Economico, avaro mejor dicho, hasta un grado escandaloso en su
casa. Si la tenia puesta con relativo lujo habia sido a fuerza de
suplicas de su mujer, de burlas de sus amigos, y sobre todo porque habia
llegado a convencerse de que necesitaba gozar de cierto prestigio
exteriormente si habia de competir con los muchos e inteligentes
banqueros establecidos en la corte. Los tiempos habian cambiado mucho
desde que su padre acaparaba una parte considerable de los giros de la
plaza. Pero despues de comprados cuidaba con tal esmero de la
conservacion de los muebles, exigia tal refinamiento de vigilancia a los
criados, a su mujer y a sus hijos, que en realidad eran todos esclavos
de aquellos costosos artefactos. Pues si vamos al coche, no es posible
imaginarse los temores, las agitaciones sin cuento que le costaba. Cada
vez que el cochero le decia que un caballo estaba desherrado, era un
disgusto. Tenia un tronco de yeguas francesas de bastante precio. Las
mimaba tanto o mas que a sus hijos. Sacabalas a paseo por las tardes;
pero no le conducian al teatro por miedo a una pulmonia. Preferia que su
mujer fuese a pie o en coche de alquiler, a exponerse a la perdida de
una de ellas. No hay que decir, si alguna se ponia enferma, lo que
pasaba por nuestro banquero. La preocupacion, el abatimiento se pintaban
en su semblante. Visitabala a menudo, la acariciaba, y no pocas veces
ayudaba al cochero y al veterinario a las curas, aunque consistiesen en
ponerle lavativas. Hasta que la enferma sanase no habia buen humor en la
casa.
Era un marido cominero. Para eso tal vez no le faltaba razon. La apatia
de su mujer era tan grande, que si el no se encargase de tomar la cuenta
a la cocinera y manejar las llaves de los armarios, Dios sabe como
andaria la casa. Mariana no disponia ni ejecutaba nada. Su papel era el
de una hija de familia, y lo aceptaba
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