la caja y
aprendiendo alli que iban a mandar a cobrar al Banco nueve mil duros de
cuenta corriente, el mismo recogio el _talon_ despues de firmarlo. Debia
pasar por alla a celebrar una Junta como consejero, y de paso ningun
trabajo le costaba hacerlo efectivo. Salio a pie como era su costumbre
por las mananas. En las hermosas coniferas que bordaban los caminos del
jardin-parque cantaban alegremente los pajaros. Se comprendia que no
habian puesto fianza alguna y la habian perdido. El senor duque maldita
la gana que tenia de cantar ni aun escuchar sus regocijados trinos. Paso
de largo con el semblante torvo, sin responder a los saludos de los
jardineros y del portero, mordiendo con mas ensanamiento que nunca su
enorme cigarro. En la calle no tardo en colorearse un poco su rostro.
Tuvo un encuentro agradable y util. El presidente del Consejo de Estado,
a quien le gustaba tambien madrugar, le saludo en el paseo de Recoletos.
Hablaron algunos momentos y los aprovecho para recomendarle, con la
brusquedad calculada que le caracterizaba, un expediente de ciertas
marismas en que estaba interesado. Despues, a paso lento, mirando con
sus ojos saltones, inocentes, a los transeuntes, deteniendolos
particularmente en las frescas domesticas que regresaban a sus casas con
la cesta de la compra llena y las mejillas mas coloradas por el
esfuerzo, se dirigio al Banco de Espana. Era mucha la gente que le
quitaba el sombrero. De vez en cuando se detenia un instante, daba un
apreton de manos, y cambiando con el conocido que tropezaba cuatro
palabras en tono familiar y desenfadado, seguia su camino.
Era temprano aun. Antes de llegar al Banco se le ocurrio subir a casa de
su amigo y compariente Calderon. Tenia este su almacen y su escritorio
en la calle de San Felipe Neri, tal cual su padre lo habia dejado, esto
es, pobrisimo de apariencia y hasta lobrego y sucio. En aquel local,
donde la luz se filtraba con trabajo al traves de unos cristales
polvorientos resguardados por toscos barrotes de hierro, donde el olor
de las pieles curtidas llegaba a producir nauseas, el viejo Calderon
habia ido amontonando con mecanica regularidad duro sobre duro, onza
sobre onza, hasta formar algunas pilas de millon. Su hijo Julian nada
habia cambiado. A pesar de ser uno de los banqueros mas ricos de Madrid,
no habia querido prescindir del almacen de pieles, y eso que este
comercio, comparado con el de letras y efectos publicos que la casa
llevaba a cabo, poco
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