unca hubiesen de necesitar de el. Los hombres muchas
veces se humillan por el solo placer de humillarse. Salabert conocia
esta innata tendencia que tiene la espina dorsal del hombre a doblarse y
abusaba de ella. Muchos que vivian con independencia, no solo le
toleraban impertinencias que les hubieran parecido intolerables en algun
amigo de la infancia, sino que apetecian y buscaban su trato.
--Veremos, veremos--repitio de nuevo cuando Llera le recordo el medio de
apoderarse de la gerencia--. Tu eres muy fantastico; tienes la cabeza
demasiado caliente. No sirves para los negocios. A ver si nos pasa aqui
lo que con las alhondigas.
Por consejo de Llera, el negociante habia construido alhondigas en
algunas capitales de Espana, las cuales no habian tenido el exito que
esperaban. Como despues de todo el negocio no era de gran entidad, las
perdidas tampoco fueron cuantiosas. A pesar de eso, el duque, que las
habia llorado como si lo fuesen y no habia escaseado a su secretario
frases groseras e insultantes, le recordaba a cada instante el asunto.
Serviale de arma para despreciar sus planes, aunque despues los
utilizase lindamente y a ellos debiese un aumento considerable de su
hacienda. Teniale de esta suerte sumiso, ignorante de su valer y presto
a cualquier trabajo por enojoso que fuera.
Un poco avergonzado por el recuerdo, Llera insistio en afirmar que el
negocio de ahora era de exito infalible si se le conducia por los
caminos que el senalaba. Salabert corto bruscamente la discusion pasando
a otros asuntos. Informose rapidamente de los del dia. La perdida de una
fianza que habia hecho por un pariente de Valencia, le puso fuera de si,
bufo y pateo como un toro cuando le clavan las banderillas, se llamo
animal cien veces y tuvo la desfachatez de decir, en presencia de Llera,
que su bondadoso corazon concluiria por arruinarle. La perdida, en
total, representaba unas veintidos mil pesetas. Las fianzas que el duque
hacia por sus mas intimos amigos o parientes eran del tenor siguiente:
Las hacia generalmente en papel, exigia al afianzado un seis por ciento
del capital depositado, y se encargaba ademas de cortar y cobrar los
cupones. De suerte que el capital, en vez de redituarle lo que a todos
los tenedores de valores del Estado, le producia un seis por ciento
mas. Asi eran los negocios que el duque hacia, no tanto por interes como
por impulso irresistible de su corazon.
Salio furioso del despacho de su secretario, fuese a
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