uido sus cuentas vendiendo la taberna, el mobiliario, la
negra.... iy los hijos!
Luego comenzaron los equipos para la tropa, los negocios de tabacos, la
subasta de carreteras, cediendolas unas veces con primas, otras
construyendolas sin las condiciones exigidas por el contrato, los
emprestitos al Gobierno, etc., etc. En todos ellos desplego nuestro
negociante su rara sagacidad, su talento positivo y un "organo de la
adquisividad" tan poderoso, que con razon le hicieron celebre entre los
personajes de la banca.
No era antipatico su trato. Al reves de casi todos los que aspiran a las
riquezas o al poder, ni era fino en los modales ni meloso en las
palabras. Era mas bien brusco que cortes; pero sabia admirablemente
distinguir de personas y se suavizaba cuando hacia falta. Esta misma
tosquedad nativa serviale para disfrazar lo astuto y sutil de su
pensamiento. Parecia que aquel exterior burdo, rustico, aquellos modales
exageradamente libres y campechanos no podian menos de guardar un
corazon franco y leal. Era (por fuera nada mas) el tipo acabado del
castellano viejo, honradote, sincero e impertinente. Hablaba poco o
mucho segun le convenia, se expresaba con dificultad real o fingida (que
esto nunca llego a averiguarse), tenia de vez en cuando salidas
chistosas, aunque siempre tocadas de groseria, y solia decir en la cara
algunas cosas desagradables que le hacian temible en los salones. La
preponderancia adquirida por sus riquezas habia hecho crecer este ultimo
defecto. A la mayor parte de las personas, aun a las damas, solia
hablarles con una franqueza rayana en el cinismo y la desvergueenza;
signos del desprecio que en realidad le inspiraban. No obstante, cuando
tropezaba con un personaje politico de los que a el le convenia tener
propicios, esta franqueza tomaba otro giro muy distinto y se
transformaba en adulacion y casi casi en servilismo. Mas esta farsa,
aunque admirablemente desempenada, no enganaba a nadie. El duque de
Requena era tenido por un zorro de marca. Por milagro creia ya alguno en
sus palabras ni se dejaba cautivar por aquel aspecto rudo y bonachon.
Los que le hablaban estaban siempre en guardia, aunque fingiendo
confianza y alegria. Como sucede a todos los que han conseguido
elevarse, los defectos que universalmente se le reconocian, mejor dicho,
la mala fama que tenia, no era obstaculo para que se le respetase, para
que todos le hablasen con el sombrero en la mano y la sonrisa en los
labios, aunque n
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