po todo otro sentimiento. Su
luna de miel fue tan pegajosa como breve. El choque entre aquellos dos
caracteres, de igual obstinacion y fiereza, era ineludible. Vino pronto
y vino con una serie de pequenos desabrimientos que hicieron desaparecer
en un instante del corazon de la joven los fugaces destellos de amor que
su marido le habia inspirado. En el duro mas tiempo la pasion. El
conocimiento que cada cual tenia del otro los hizo prudentes, rehuyendo
un choque formidable que habia de ser funesto. Pero vino al fin. Se dijo
entre los murmuradores que Osorio, cansado de la indiferencia y los
desdenes de su esposa, en una hora fatal de ira y desesperacion la habia
ultrajado con su misma doncella y en el mismo talamo nupcial. Despues
de esta escena, que no sabemos si se realizo con los pormenores
horrendos que algunos contaban, quedo roto el matrimonio para siempre.
Osorio, sin derecho ya para intervenir en la conducta de su mujer, se
vio obligado a ser mero espectador de ella. Entregose Clementina sin
reserva, sin disimulo, puede decirse tambien que sin pudor, a todos los
galanteos que se le ofrecieron. El, por su parte, para contrarrestar el
ridiculo, que a causa de ellos pudiera tocarle, diose con mas descaro
aun a la disipacion. Extrajo mujeres de las ultimas clases sociales y
las convirtio en senoras, rodeandolas de un lujo deslumbrador. La
Felipa, la Socorro y la Nati, cortesanas famosas en la capital, que
fueron queridas de muchos personajes, ministros, banqueros y grandes de
Espana, lo habian sido antes de el. El fue quien, por medio de sus
celestinas, las habia sacado de la calle de la Paloma, del barrio de
Triana en Sevilla o del Perchel, de Malaga, y habia gozado de sus
primicias.
Dentro de casa, marido y mujer se hablaban muy poco, lo indispensable
solamente. Para evitar la molestia que les produciria sentarse solos a
la mesa tenian siempre algun convidado. Fuera se trataban con expansiva
y natural confianza. Alguna vez Osorio iba a buscar a su esposa a ultima
hora a la reunion o teatro donde se hallase. Pero esto era valor
entendido en el mundo. Todos sabian a que atenerse respecto a sus
relaciones. Ordinariamente, Clementina salia del brazo de su amante.
Charlaban largo rato en el _foyer_, a presencia de todos, esperando el
coche. Entraba al fin en este. Antes de partir todavia cambiaban en tono
confidencial buena copia de frases entreveradas, de alegres carcajadas.
La moral, la moral elegante quedaba a salvo
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