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aba vivo, no obstante, el recuerdo de sus amores. A ella la agitaba un deseo punzante de venganza. Mientras aquel hombre anduviese en sociedad tan contento como aparentaba, se sentia humillada. En el, a pesar de su disfraz de indiferencia, ardia el fuego del amor o por lo menos del deseo. Clementina habia fascinado sus sentidos, habia penetrado en su carne: por mas esfuerzos que hacia no podia arrancarla de si. A todas horas sonaba con ella, la veia ante sus ojos cada vez mas incitante y apetecible. Cuanto mas tiempo pasaba mas crecia el fuego que le consumia y mas esfuerzo y dolor le costaba adoptar un continente altivo e indiferente al encontrarse con ella en cualquier sarao. Clementina, con la sagacidad bastante comun en las mujeres, llego al cabo a adivinar que su antiguo novio seguia adorandola en secreto y sintio un regocijo maligno. Desde entonces no se vistio, no se adorno mas que para el; para aturdirle, para fascinarle, para hacerle beber la amarga copa de los celos. De esta epoca data la fama ruidosa que adquirio como mujer elegante. Clementina en este punto era una gran artista. Sabia vestirse de tal modo que las telas, ni por sus vivos colores, ni por su riqueza, atrajesen demasiado la vista en perjuicio de la figura. Comprendiendo que el traje en la mujer no debe ser un uniforme sino adorno, un medio de hacer resaltar las perfecciones con que la naturaleza la hubiese dotado, no obedecia ciegamente a la moda. En cuanto esta atentase poco o mucho a la exposicion de su belleza, la esquivaba con valor o la modificaba. Rehuia los colores chillones, la profusion de lazos, los peinados complicados. Consideraba a su cuerpo como una estatua y la vestia como tal. De aqui una cierta tendencia, que constantemente se manifestaba en sus trajes, hacia el ropaje, esto es, hacia la amplitud de los pliegues, hacia la vestidura larga. Su figura gallarda, majestuosa, ganaba mucho de esta manera. Algo la pronuncio despues de casada, pero no llego a exagerarla, retenida por su buen gusto. Solia vestirse de blanco. Con esto y con peinar sus cabellos del modo sencillisimo que los tiene la Venus de Milo, semejaba al parecer en los salones hermosa estatua que llegase de la Grecia. Una cosa hacia muy digna de censura en el terreno moral, aunque no lo sea en el del arte: descotarse con exageracion. Una de las sumas bellezas que poseia era el pecho. Parecia amasado por las Gracias para trastornar a los dioses. No habia en Madrid una
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