con lo cual adquirio fama de coqueta y casquivana.
Pero esto no es obstaculo para que una muchacha encuentre adoradores. Al
contrario, el amor propio de los hombres les incita a dedicar sus
lisonjas a tal clase de mujeres, siempre con la esperanza vanidosa de
ser el clavo que fije la rueda de la veleta. Tampoco fue serio
inconveniente para ella cierto murmullo grosero y malicioso que se
levanto y corrio por todo Madrid con motivo de la amistad original que
entablo con un joven y celebre torero. La inocencia y debilidad de D.
Carmen tuvo buena parte en ello. No solo consintio esta buena senora que
el torero entrase en la casa y se sentase a su mesa, sino tambien que
las acompanase en publico en mas de una ocasion. Con esto y con
brindarle la muerte de algunos toros, la maledicencia, que anda suelta
en la capital como en las provincias, tuvo suficiente pretexto para
ensanarse ferozmente con la envidiada beldad. Mas como no pudo aportar
otra cosa que sospechas atrevidas y vagas conjeturas, y como por otra
parte existian dos datos positivos que las contrapesaban sobradamente, a
saber, la hermosura y la riqueza excepcionales de la joven, la calumnia
no produjo merma en los adoradores; solo sirvio para que algun
desenganado escupiese con mas facilidad su bilis.
Clementina ofrecia en sus modales y discursos, en esta edad, y la
ofrecio siempre despues, cierta tendencia al _flamenquismo_, o sea a las
formas desenvueltas, a la serenidad burlona, al desgarro especial de las
chulas de Madrid. Semejante tendencia se hallara mas o menos exagerada
en toda la alta sociedad madrilena. Es un signo que la caracteriza y la
distingue de la de otros paises. Hay en esta inclinacion que se observa
en Madrid, en el alcazar como en la zahurda, algo de bueno: no es todo
malo. Por lo pronto significa una protesta contra esa continua mentira
que el refinamiento y la complicacion de las formulas sociales trae
siempre consigo. Es loable la correccion en los modales y la medida en
las palabras; pero exageradas producen la frialdad tediosa que nuestros
diplomaticos observan en los salones extranjeros.
Clementina exageraba un poco su aficion a las palabras y a los gestos
flamencos. El gusto le habia venido no se sabe como, por contagio tal
vez de la atmosfera, dado que las senoras de su categoria no suelen
alternar mucho tiempo con las chulas. Habia tenido una doncellita nacida
y criada en Maravillas. Esta fue en sus ratos de expansion quien le
propo
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