esto produjo a la vieja _miss_. La cual se vengaba
candidamente de ella llamandola _senorita Capricho y_ poniendole por
temas, en los ejercicios de ingles y frances, algunas maximas y
aforismos que le escociesen, verbigracia: "La soberbia es la lepra del
alma. La nina soberbia es una leprosa de quien todos deben apartarse
con horror"--. "Quien no respeta a los mayores nunca llegara a ser
respetado", etcetera. Clementina se reia de estos desahogos. Alguna vez
llego su insolencia hasta cambiar la sentencia de la profesora por otra
de su invencion. Donde decia: "Nada hay tan feo y despreciable como una
joven altanera", ponia la discipula: "Nada hay tan ridiculo y digno de
risa como una vieja presumida". Alborotabase _la miss_, daba parte a D.
Carmen, llamaba esta a su hijastra, la reprendia dulcemente, y al verla
triste y acongojada desarrugaba el ceno y la besaba carinosamente. Y
hasta otra. La verdad es que tenia razon _miss_ Ana y los demas criados
al decir que la senora era quien echaba a perder a la chica. D. Carmen,
viviendo en una espantosa soledad moral, estaba tan cautivada y
agradecida al vivo carino que a todas horas le demostraba su hijastra,
que no tenia ojos para ver sus faltas, y si los tenia carecia de fuerzas
para corregirlas.
A los diez y ocho anos era Clementina una de las mujeres mas bellas y
uno de los mejores partidos de Madrid. El caudal de su padre habia
crecido como la espuma. Estaba considerado como uno de los banqueros
importantes de la villa y no se le conocia otro heredero ni era ya de
presumir que lo tuviese. Comenzaron los jovenes de la aristocracia, de
la sangre y el dinero, los socios mas eminentes del _Club de los
Salvajes_, a festejarla apremiandola con vivas declaraciones. Si iba a
una tertulia, un grupo de muchachos la tenia constantemente amurallada;
si a la iglesia, otro grupo mayor la esperaba en correcta formacion a la
salida; si al paseo de la Castellana, apuestos caballeros galopaban en
las inmediaciones de su coche sirviendola de escolta. En el teatro
veinte pares de gemelos estaban sin cesar posados sobre ella. El nombre
de Clementina Salabert salia en todas las conversaciones de la juventud
elegante, se veia impreso en todas las cronicas de salones, sonaba en
Madrid como el de una de las mas brillantes estrellas del firmamento
aristocratico. Tuvo buena porcion de amorios o noviazgos que no
produjeron huella alguna en su corazon. Tomaba y dejaba los novios
inconsideradamente,
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