ia su pesca;
la Quenoveva tambien era pescadora; iba con alguno de sus hermanos, en
lancha, a coger calamares.
La familia era muy graciosa y simpatica; el viejo Urbistondo nos enseno
la casa; luego me llevo a la torre. Me pregunto alli, confidencialmente,
como estaba el padre de Mary, y al decirle que no andaba bien y que no
sabia que iba a ser de aquella muchacha, me dijo:
--iEh!, cuidado, companero. Si Mary tiene que salir de Bisusalde, que
venga aqui. Esta casa, como si fuera suya. Se le dejara un cuarto para
ella, y Quenoveva la atendera.
--Pero, hombre, Urbistondo, usted tiene mucha gente.
--Nada, Shanti. No hay mas que hablar. Que venga aqui.
Yo le di las gracias a este hombre, de una generosidad tan absurda, que
con poco sueldo y nueve hijos todavia queria cargarse con una persona
mas, y, al ver su insistencia, accedi; el faro podria ser un buen
recurso para Mary, al menos al principio.
Nos despedimos del torrero, acompane a mi prima a casa y volvi a Luzaro.
IX
EL DEVOCIONARIO DE ALLEN
La enfermedad de mi tio Aguirre seguia aproximandose al desenlace. Se
acercaba para mi el dia de la marcha; el tiempo de licencia concluia; de
Cadiz me mandaban recados urgentes. Aquello de pasarme cuatro o cinco
anos seguidos en el mar, me parecia muy duro.
Mi madre se lamentaba al mismo tiempo de que tuviese que ir y de que
perdiese una plaza tan buena.
No sabia a quien dirigirme, y se me ocurrio, medio en serio, medio en
broma, ir a consultar a Quenoveva. Una manana me acerque al faro de las
Animas. Al asomarme a la plataforma vi a uno de los chicos del torrero y
le pregunte:
--?Esta tu hermana?
--?Quien, Quenoveva?
--Si.
--Aqui esta.
Baje, y me encontre a la muchacha, despeinada, con las piernas desnudas,
envuelta en una falda hecha jirones. Estaba lavando. Al verme, se
levanto avergonzada; yo la tranquilice y le explique a lo que iba. Le
dije que la derrota de mi barco era tan larga, que tendria que estar dos
o tres anos sin venir a Luzaro y sin ver a Mary. No me gustaba dejar a
la muchacha sola, y a ella, que era su amiga, le pedia consejo, le
preguntaba que debia hacer.
Quenoveva me escucho con gran atencion para no perder palabra.
Era partidaria de que dejara esta derrota larga y me embarcara en algun
vapor de la travesia Bilbao-Liverpool. Su padre podria escribir al
director de la Compania donde antes habia navegado.
Me parecio un buen consejo, y hable a Urbistondo para
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