rto, en un armario, varios libros, y entre ellos el
_Diccionario filosofico_ de Voltaire.
--Este libro es mi amigo--me dijo el viejo, senalandolo.
--?No es usted religioso?--le pregunte yo.
--No, no. No creo en supersticiones.
Itchaso tenia preparada una botella de vino de Burdeos, anejo, que
conservaba en el casco polvo y telaranas. Lleno dos copas; luego levanto
la suya, y dijo:
--Por el pais vasco, mi oficial.
--Por Espana.
--Por Francia.
Chocamos las copas, bebimos, y el viejo comenzo su narracion de este
modo:
II
NARRACION DE ITCHASO
LOS DOS CAMINOS DEL MARINO
--Soy de Guethary, un pueblo pequeno proximo a Espana, y que quiza usted
conozca. Alli pase mi infancia. Sabra usted tan bien como yo que los
vascos nunca hemos sentido gran entusiasmo por el Ejercito ni por la
Marina de guerra. Yo no fui una excepcion; por el contrario, la quinta
me indignaba; un hermano mio murio en Argelia; el otro estaba sirviendo
en un navio del Estado; la tierra de la familia no se podia cultivar, y
mi pobre padre me recomendo que fuera a America.
A los diez y seis anos hice un viaje no muy feliz a Terranova, de
grumete. Casi todos los vascos que ibamos a la pesca del bacalao nos
reuniamos en Saint-Malo; arrendabamos unas cuantas barcas y marchabamos
a pescar a las islas de Saint-Pierre y Miquelon; pero los arrendadores
nos daban goletas viejas sin condiciones marineras, llenas de agujeros
tapados con estopa. En el viaje que yo fui de grumete naufragaron una
porcion de barcos, y mas de cincuenta hombres de aquella costa se
ahogaron.
No habia para mi porvenir de ninguna clase en el pais; no tenia dinero,
y antes de que viniese la odiosa quinta, decidi ir a Brest o a
Saint-Malo, con intencion de pasar a Inglaterra y embarcarme para
America.
Usted conocera seguramente la ciudad de Brest, cuya rada es magnifica.
Al dia siguiente de llegar alli, paseaba por los muelles, contemplando
la punta del Cuervo y la de los Espanoles, la embocadura del rio Elhorn,
y en el puerto las fragatas, los bricks, los vapores y las largas
chalupas de cincuenta remos, tripuladas por los forzados. Estaba
cansado de andar sin objeto y sin rumbo, cuando se me acerco un marinero
de buenas trazas, hombre afable, que se puso a hablar conmigo.
[Ilustracion]
En aquella epoca, el puerto de Brest se cerraba al anochecer, por medio
de una enorme cadena de hierro tendida de una orilla a otra, y se abria
al estampido de un ca
|