aba entre la barba, inculta, como una rosa entre
el follaje. Hablamos largo rato, y yo quede verdaderamente asombrado.
Era un hombre de una fe tan absurda en si mismo y en sus fuerzas, que se
sentia capaz de emprenderlo todo. Ni la mas ligera duda ni la mas
pequena desconfianza enturbiaba su convencimiento. A esta confianza unia
una sencillez y una falta tan absoluta de malicia, que le dejaban a uno
perplejo. Solo el mar puede producir tipos semejantes.
El faro de las Animas era de ultima clase; alguna persona de influencia
de Elguea habia conseguido que le llevaran alli a Urbistondo; pero este
creia que el mundo entero dependia de su linterna. Le parecia tambien un
asunto trascendental y complicadisimo encender la lampara de petroleo y
ponerle la chimenea.
Urbistondo subia las escaleras de caracol de la torre, convencido de su
sacerdocio, de la trascendencia de su mision. Tambien le parecia una
ciencia profunda y hermetica la de conocer las indicaciones del
barometro y del termometro. El poseia, por encima de todos los
barometros del mundo, su pierna. Me explico como se la amputaron, a
consecuencia de haberle destrozado el pie una barrica, y no supe si
horrorizarme o reirme cuando contaba que al operarle, como el munon que
le quedaba se le gangrenaba, le tuvieron que cortar la pierna dos o tres
veces en rodajas, como si fuera una merluza.
Al dia siguiente, en la relojeria, me entere de la vida del torrero y de
su gran odio.
Urbistondo habia sido capitan, durante mucho tiempo, de un paquebot de
la carrera Bilbao-Liverpool. La casa armadora, a la que le quedaban
algunos barcos de vela viejos, los reemplazo por barcos de vapor.
Urbistondo no creia en el vapor; le parecia que gastar carbon, pudiendo
navegar a vela, era una estupidez, y cuando veia que soplaba un buen
viento, creyendo hacer un obsequio a la Compania, mandaba apagar los
fuegos, largaba las velas y se lanzaba a navegar como Dios manda. La
Compania recomendo a Urbistondo que no se metiese a favorecerla; pero el
capitan, con aquella admirable confianza que tenia en sus facultades
intelectuales, no hizo caso. Creia deber suyo no perjudicar a nadie, y
el director de la casa lo saco del barco y lo llevo al almacen, donde le
ocurrio el percance de la pierna.
El torrero tenia muy poco sueldo para alimentar nueve hijos, y los dos
mayores trabajaban en el pueblo como aprendices. Urbistondo pescaba
desde el faro con un aparejo que le habian regalado, y vend
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