, y paseaba por la
cubierta. Subia al alcazar de proa, inspeccionaba el sollado, recorria
el barco mirandolo todo, rinendo porque no encontraba las cosas bastante
limpias, y al final de su paseo escalaba la toldilla de popa y se
apoyaba en unos de los canones. Asi permanecia silencioso, sumido en sus
pensamientos.
Si en estos dias de fiesta algun vasco, imitando a los demas,
blasfemaba, Zaldumbide le castigaba cruelmente.
Como marino, era entendido, pero algo rutinario. Sabia poco, pero tenia
mucha practica. En _El Dragon_ no se verificaban operaciones con el
sextante. Zaldumbide hacia la estima calculando el punto de situacion en
que se hallaba el barco, la direccion que se debia seguir segun las
indicaciones de la aguja nautica, y las distancias medidas con la
corredera. Los resultados los anotaba todos los dias en el cuaderno de
bitacora. Yo solia ayudarle muchas veces a echar el cordel de la
corredera, y luego a medir. Tenia una corredera antigua. En general, lo
que usaba el capitan, el barometro, los cronometros, las cartas de
derrota, todo era viejo. En su camarote tenia un reloj de arena; lo
preferia por seguro y por silencioso. Zaldumbide odiaba lo nuevo. El
creia, como los hombres antiguos, que el hombre va del bien al mal;
nosotros, los progresistas, creemos lo contrario: que va del mal al
bien.
En casos apurados, Zaldumbide era un gran piloto y hombre de un valor
furioso. Solo por los golpes del viento en la cara comprendia
inmediatamente las maniobras que habia que hacer. Cuando subia a la
toldilla, seguido de Old Sam, el contramaestre, que refrendaba las
ordenes con los silbidos del pito, se veia a un hombre sabiendo mandar;
tenia una gran precision en sus disposiciones, y su voz aspera de
marino, formada de gritar en medio del mar y de las tempestades, parecia
hecha para dominar a los hombres y a los elementos.
Usted sabe muy bien, mi oficial, que el hombre que manda durante mucho
tiempo un barco de vela, llega a mirarle como una cosa viva; el Viejo
asi lo creia, y hablaba con su _Dragon_ mas que con su gente.
Consideraba a su corbeta como si fuera su mujer, su novia o su querida.
La unica distraccion de Zaldumbide era jugar con Mari Zancos, una mona
que le habia regalado un capitan espanol.
Zaldumbide era avaro como pocos; tenia dos o tres maletas con aros de
hierro y cofres de laton, que, segun se decia, estaban llenos de
preciosidades.
Zaldumbide era vasco-frances, y me designo para form
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