de
carino que se notaba en su corazon. Los disgustos de sus companeras, no
solo no la conmovian, sino que despertaban en sus labios una sonrisa
cruel, que las dejaba yertas. Luego tenia, de vez en cuando, accesos de
furor que la habian hecho temible y odiosa. En cierta ocasion, a una
nina que le habia dicho algunas palabras ofensivas le echo las manos al
cuello y estuvo muy proxima a asfixiarla. Nunca fue posible despues que
le pidiese perdon, segun exigia la superiora. Prefirio estar recluida un
mes, a humillarse.
Los primeros meses que paso en casa de su padre fueron de prueba para la
buena D. Carmen. En vez de una nina alegre y agradecida al inmenso
favor que la hacia, se encontro frente a frente de una fierecilla, un
ser antipatico sin afecto ni sumision, extravagante y caprichosa hasta
un grado sorprendente, cuya risa no brotaba ruidosa sino cuando algun
criado se caia o el lacayo recibia una coz de los caballos. Pero no se
desanimo. Con el instinto infalible de los corazones generosos,
comprendio que si aquella tierra no daba amor era porque hasta entonces
solo se habia sembrado odio. Los afectos dulces residen en todo ser
humano, como en todo cuerpo la electricidad: mas para hacerlos vibrar,
precisa someterlos a una fuerte corriente de carino por algun tiempo. Y
esto fue lo que hizo D. Carmen con su hijastra. Durante seis meses la
tuvo envuelta en una atmosfera tibia de afecto, en una red espesa de
atenciones delicadisimas, de testimonios constantes de vivo y afectuoso
interes. Al fin, Clementina, que principio por mostrarse desdenosa y
luego indiferente a aquel carino, que pasaba horas y horas encerrada en
su cuarto y solo iba a las habitaciones de su madrastra cuando la
llamaba, que no tenia jamas con esta una expansion viviendo en absoluta
reserva, sucumbio repentinamente; sintio vibrar en su corazon ese algo
maravilloso que une a las criaturas humanas como a todos los cuerpos del
Universo. Cambio de un modo extrano, violento, como todo lo que procedia
de su temperamento singular. Cayo, cuando menos se pensaba, de hinojos
ante D. Carmen, dedicandole un respeto tan profundo, un carino tan
apasionado, que la buena senora quedo estupefacta y le costo gran
trabajo creer en su sinceridad. En su alma se habia operado al fin la
revelacion de la ternura. Al calor maternal de aquella bondadosa senora,
su corazon de hielo se habia derretido. La esencia divina del amor
penetro donde, hasta entonces, solo habia entrado
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