en podia escribirme?
Examine el sobre a la luz de un farol. Era letra de mujer. Con gran
curiosidad lei la carta, que decia asi:
"Al capitan don Santiago de Andia.
Mi padre, que se encuentra enfermo, le suplica encarecidamente a usted
que venga a verle lo mas pronto posible; si puede, esta misma noche.
Tiene que hablarle a usted de asuntos importantes. Si se decide a salir
por la noche, a la salida del pueblo, en la herreria de Aspillaga, le
esperara un amigo con un caballo.
_Mary A. Sandow_.
Bisusalde: Playa de las Animas."
Al entrar en casa ensene la carta a mi madre, que se quedo tambien
asombrada. Como sentia gran curiosidad, quise marcharme en seguida; pero
mi madre me obligo a sentarme a cenar. Cene rapidamente, y, envuelto en
el capote, tome el camino hacia la herreria de Aspillaga.
Alli se encontraba Allen, el viejo hortelano de Bisusalde. Le dirigi
algunas preguntas acerca del capitan; me contesto con monosilabos, y, en
vista de que no manifestaba muchas ganas de hablar, enmudeci.
El caballo tomo un trotecillo no muy comodo, y por la carretera, humeda,
llegamos en una hora a la playa de las Animas.
El viento silbaba y gemia con alaridos violentos; el mar bramaba en la
playa y la resaca debia de ser furiosa.
Nos acercamos al caserio. No hubo necesidad de llamar; la puerta se
hallaba abierta y en el umbral se encontraban la hija del ingles en
compania de una muchacha morena, desgarbada, con los pies desnudos.
La hija del capitan tenia los ojos como de haber llorado.
--iCuanto ha tardado usted!--me dijo.
--No he podido venir antes.
--Vamos a ver a mi padre.
Dimos vuelta a la esquina de la casa, y, por una escalera que habia a un
lado, subimos al piso principal. El capitan se hallaba en un sillon,
envuelto en un capote azul, viejo y raido, con los ojos cerrados.
Al oir mis pasos se incorporo y murmuro con voz apagada:
--Mary, trae una silla.
Cogi yo la silla y me sente. ?Que podia querer aquel hombre de mi? ?Que
relacion podia haber entre nosotros dos?
La muchacha dio a beber al viejo un poco de cafe, y yo pude contemplar
al padre y a la hija. Era el un hombre escualido, de unos sesenta anos;
la barba, blanca, recortada y en punta; los ojos, pequenos, grises y
vivos, debajo de unas cejas largas y amarillentas; la nariz, aguilena.
La muchacha tendria quince o diez y seis anos; era delgada, esbelta, con
las mejillas doradas por el sol; los ojos brillantes, obscuros; el pelo
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