me dijo que el capitan, asi llamaba sin duda al amo, no
estaba en casa. Habia ido a Elguea con su hija.
Recorde que aquel viejo era el mismo que encontramos Recalde y yo
cuando, despues de nuestra expedicion al _Stella Maris_, anduvimos
buscando al que tenia la llave de la lancha que solia estar atada en la
punta del Faro.
Pregunte al viejo cuando volveria el senor, y me dijo que por la tarde,
a eso de las cinco.
Me dirigi hacia el pueblo, formado por quince o veinte casas agrupadas
en derredor de la iglesia, y me detuve en una venta del camino, con el
objeto de almorzar, y de paso a enterarme de la clase de gente que vivia
en Bisusalde.
La venta era de esas mixtas entre campesina y marinera; tenia las
puertas y las paredes pintadas de verde, mostrador en el portal y a un
lado un cuarto pequeno con una mesa de pino, blanca, un espejo cubierto
con gasa y varias sillas.
Estaba todo limpio a fuerza de arena y de baldeo. Contiguo a la venta
habia un soportal con una fragua: en aquel momento estaban herrando a un
buey amarillento.
Llame; vino una mujer, a quien pregunte si podia comer algo; me dijo que
esperara un momento. Hablamos; le explique quien era y a lo que iba, y a
mis preguntas contesto dandome los informes que le pedia acerca del
inquilino de nuestro caserio.
El hombre de Bisusalde a quien llamaban el capitan era un marino ingles,
que vivia con su hija, muchacha de catorce o quince anos, y un criado,
llamado Allen.
Algunos aseguraban que el viejo habia sido pirata; pero esto, segun la
mujer de la venta, eran ganas de hablar.
El ingles daba lecciones de su idioma y solia ir todos los dias a
Elguea, donde tenia varios discipulos. Le habian invitado tambien a
establecerse en Luzaro, pero no queria: preferia vivir en Izarte.
La vida de aquella gente era muy sencilla y muy pobre. Por las mananas,
el capitan y su hija solian recorrer la playa desierta, los dos
descalzos. Habia una cueva pequena en las dunas con una puerta; alli,
los dias buenos, la chica entraba a desnudarse, se ponia un traje de
bano y se metia en el mar. Solia estar nadando, y cuando se cansaba, al
salir a la playa, su padre le ponia una manta blanca.
Por la tarde, despues de almorzar, el capitan iba a Elguea y volvia por
la playa despacio. Muchas veces se quedaba entre las rocas hasta el
anochecer.
La chica apenas aparecia en el pueblo; el criado trabajaba en el campo,
y los domingos iban los tres al faro de las Animas, pu
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