la costa no ha querido que sea un delfin, ni un tiburon, ni
una ruina; ha decidido que sea la cabeza de un monje y le ha llamado
asi, en vasco: Frayburu.
La imaginacion fabrica cosas extranas con las nubes y con las rocas, con
lo mas impalpable y con lo mas duro. En las forjas del espiritu se
funden todas las substancias.
El Izarra presenta tambien motivos de fantasia para las imaginaciones
vagabundas; en ese alto acantilado, paredon gigantesco, pizarroso, con
vetas blancas, las hornacinas se abren como esperando una imagen; los
balcones, ribeteados por liquenes verdes, se alargan en lo alto. Podria
asomarse alli una ondina o una hada. A veces, al pie de este acantilado,
aparecen manchas rojas de algas adheridas a las penas, que sugieren
cierta idea tragica.
Pero cuando la costa y, sobre todo, Frayburu llegan a lo algido de su
fuerza, al paroxismo de su misterio, es al anochecer. Entonces el
horizonte se alarga bajo la bruma rojiza, el cielo azul del crepusculo
va palideciendo y sus colores de rosa se tornan grises; los promontorios
lejanos, dorados por el ultimo resplandor del sol, desaparecen en la
niebla, y Frayburu se yergue en la soledad de su desolacion mas
misterioso y mas sombrio, en su continuo reto lanzado al cielo obscuro y
al mar hipocrita que intenta conquistarlo.
[Ilustracion]
VI
BISUSALDE
Una manana de otono llegue a la playa de las Animas antes del mediodia.
Un hombre iba con un carro por el arenal, aguijoneando la yunta; se oia
el chirrido de los ejes de la carreta y el ruido crepitante de la arena
bajo las pezunas de los bueyes.
Pregunte al boyero por donde se subia mas de prisa a Bisusalde, y me
mostro el camino, que, al principio, mas que camino, era una escalera
formada por tres o cuatro tramos hechos con vigas y que terminaba en una
cuesta en zig-zag. Este sendero se llamaba Cuesta de los Perros _(Chacur
aldapa)_.
Mas avanzado que ninguna de las casas de Izarte, mas al borde de las
dunas estaba el caserio de mi abuela, un caserio negro, con un balcon
corrido hacia el lado del mar.
Se llamaba Bisusalde (cerca de las borrascas). Realmente, el viento
debia azotar alli de una manera furiosa.
Me acerque a contemplar el caserio: la fachada que miraba al mar era
toda negra; la otra tenia un jardin abandonado, con dos cipreses secos,
y luego una huerta, que se continuaba con un prado.
Entre en la casa y llame. Espere algun tiempo, y un hombre que trabajaba
en la huerta
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