modo?... Dame eso.... Bien se conoce que tienes muy mala idea
formada de mi.
Clementina se nego a entregar el recuerdo. El joven insistio
humildemente. Habia, no obstante, en sus ruegos un tinte de frialdad que
dejaba traslucir, para el espiritu penetrante de una mujer, el sordo
disgusto y la tristeza que en el fondo del alma sentia.
--Nada, nada; mi pobre alfilerito que estas despreciando horriblemente
... (ise te conoce en la cara!) ... ira a la cajita donde guardo los
recuerdos de los muertos.
Alzose del divan; bajo el velo del sombrero. Pepe aun insistia por
mostrarse galante y desagraviarla. Al fin, cuando ya estaba cerca de la
puerta, volviose repentinamente y saco del fondo del manguito una
primorosa carterita, que le presento, mirandole al mismo tiempo
fijamente a la cara. Los ojos del joven, despues de posarse en la
cartera con avida expresion de gozo, chocaron con los de su amada.
Contemplaronse unos instantes, ella con expresion maliciosa y
triunfante, el con gratitud y gozo reprimidos.
--iSi siempre lo he dicho yo! iSi no hay otra como mi nena para saber
querer!... Ven aqui, deja que te de las gracias, rica mia; deja que te
adore de rodillas.
Y la arrastro, embargado por el entusiasmo, hacia el divan, la obligo a
sentarse de nuevo y se dejo caer de rodillas besando con fervor sus
manos enguantadas.
--iJesus, que locura!--exclamo la dama un tanto confusa--. iVaya una
cosa para hacer tales extremos!
--No es por el dinero, nena mia; no es por el dinero; es porque tienes
una manera de hacer las cosas original; porque tienes la gracia de Dios;
porque eres una barbiana.... iToma, toma, retemonisima!
Y le abrazaba las rodillas y se las besaba con calurosos ademanes. No
contento, se prosterno aun mas y le beso los pies o por mejor decir, el
tafilete de sus zapatos.
--iQue bajo eres, Pepe!--exclamaba ella riendo.
--No importa que me llames lo que quieras. Soy tuyo, ituyo hasta la
muerte! Te quiero mas que a Dios. Quiero a estos piececitos tan ricos y
los beso. ?Lo ves? A ver; que venga alguien a decirme que no debo
hacerlo.
Clementina le miraba risuena. No era facil averiguar si gozaba en
realidad o se divertia simplemente con aquella adoracion o mas bien
aquel regocijo estrepitoso de perro que se arrastra el sentirse
acariciado y lame los pies de su senor.
--No solo te debo la felicidad, sino tambien la honra. No sabes lo que
he sufrido desde anteayer por la maldita deuda--decia el con v
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