siguiente estaban los cuatro sentados a la mesa y mas
silenciosos que otras veces. Elena se habia puesto para la cena uno de
sus trajes mas vistosos, que hasta resultaba algo audaz alla en Paris.
Los tres ingenieros guardaban aun sus ropas de campo y parecian
cansadisimos del trabajo de la jornada. Robledo bostezo repetidas
veces, haciendo esfuerzos para mantenerse despierto. El marques se
habia adormecido en su silla, dando ligeras cabezadas. Elena miraba
fijamente a Ricardo, como si no lo hubiese visto bien hasta entonces,
y el evitaba el encuentro con sus ojos.
Entro Pirovani llevando un gran paquete y vistiendo otro traje nuevo,
cuadriculado de diversos colores, como la piel de un reptil.
--Senora marquesa: un amigo mio de Buenos Aires me ha enviado estos
caramelos. Permitame usted que se los regale. Tambien van en el
paquete unos cigarrillos egipcios...
Elena miro risuenamente el nuevo traje del contratista, agradeciendo
al mismo tiempo su regalo con remilgos y coqueterias.
A continuacion se presento Moreno luciendo zapatos de charol, chaque
de largos faldones y sombrero duro, lo mismo que si estuviera en la
capital y fuese a visitar al ministro.
Robledo, que se habia despabilado, mostro una admiracion ironica.
--iQue elegante!...
--Tuve miedo--contesto el oficinista--de que el chaque se me
apolillase en el cofre, y lo he sacado a tomar el aire.
Despues se acerco con timidez a Elena. "iBuenas noches, senora
marquesa!" Y le beso la mano, imitando la actitud de los personajes
elegantes admirados por el en comedias y libros.
Ya no quiso separarse de la duena de la casa, iniciando una
conversacion aparte, que parecio indignar a Pirovani. Al fin este se
levanto de su silla, necesitando protestar de tan descomedido
acaparamiento, y dijo a Robledo:
--iHa visto usted como viene vestido ese muerto de hambre!...
No habian terminado aun las sorpresas de aquella noche: faltaba la mas
extraordinaria.
Se abrio la puerta para dar paso a Canterac; pero este permanecio
inmovil en el quicio algunos momentos, deseoso de que todos le viesen
bien.
Iba vestido de _smoking_, con pechera dura y brillante, y mostraba
cierta indolencia aristocratica al andar, lo mismo que si entrase en
un salon de Paris. Saludo a los hombres con un movimiento de cabeza
ceremonioso y protector, besando despues la mano a Elena.
--Yo tambien, marquesa, siento ahora la necesidad de vestirme cuando
llega la noche, lo mismo que en
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