a
profundidad, la costa es de roca y las corrientes fuertes.
En invierno, la playa de las Animas es triste; la bruma blanquecina
cubre el mar; jirones de niebla se levantan por el Izarra, y el aire y
el agua se confunden. Ni una linea se destaca claramente; cielo y agua
son la misma cosa: un caos sin forma y sin color.
Se siente ese silencio del mar lleno del gemido agudo del viento, del
grito aspero de las gaviotas, de la voz colerica de la ola, que va en
aumento hasta que revienta en la playa y se retira con el rumor de una
multitud que protesta.
Muchas veces el cielo gris permite ver perfectamente a lo lejos; hay una
claridad difusa, que parece no venir del cielo entoldado, sino del mar
blanquecino y turbio; las olas, de un color de arcilla, llegan con
meandros dislocados de espuma a dejar en la playa una curva plateada, y
la resaca hace hervir la arena al contacto del mar.
Las gaviotas juegan por encima de las olas, se meten en las concavidades
abiertas entre unas y otras, descansan sobre las espumas, se acercan a
la playa a mirar con sus ojos grises, en donde se refleja la luz apagada
del dia, y lanzan ese grito salvaje parecido al aspero chirriar de la
lechuza.
Muchas veces, en pleno invierno, se aligera el cielo, huyen las nieblas
y queda el mar azul, admirable; pero nunca la playa de las Animas da una
impresion de serenidad, de belleza, como en otono, despues de pasar las
tormentas equinocciales.
Sabido es que la climatologia oceanica y terrestre no es igual; en
tierra, el maximum de frio y de calor es febrero y agosto; en el mar, es
marzo y septiembre.
Octubre, en nuestras costas, es el verdadero principio del otono; cuando
la tierra empieza a enfriarse, el mar sigue templado.
En estos dias tranquilos, suaves, de temperatura benigna, se pueden
pasar las horas dulcemente contemplando el mar. Las grandes olas
verdosas se persiguen hasta morir en la playa; el sol cabrillea sobre
las espumas, y al anochecer algun delfin destaca su cuerpo y sus aletas
negras en el agua.
Ese espectaculo de las olas, tan pronto tranquilas en su marcha como
lanzadas a la carrera en un furioso galope, tiene, a pesar de su
monotonia, un inexplicable interes. Es un liquido cargado de sales,
movido por el viento con un ritmo mecanico en su circulacion, y, sin
embargo, da la impresion de una fuerza espiritual de algo infinito.
Los dias de viento sur, los promontorios lejanos se ven con una claridad
diafana, y la costa
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