cias, y despues pregunto:
--?A que hora se cena aqui?
--A las ocho.
--Pues hay que cenar a las siete.
La Cashilda no replico.
Recalde creia que el verdadero orden en una casa consistia en ponerla a
la altura de un barco.
Al dia siguiente Recalde fue a su casa a las siete, y pidio la cena.
--No esta la cena--le dijo su mujer.
--?Como que no esta la cena? Ayer mande que para las siete estuviera la
cena.
--Si; pero la chica no puede hacer la cena hasta las ocho, porque tiene
que estar con el nino.
--Pues se le despide a la chica.
--No se le puede despedir a la chica.
--?Por que?
--Porque me la ha recomendado la hermana de don Benigno, el vicario, y
es de confianza.
--Bueno; pues manana, haga la cena la muchacha o la hagas tu, se ha de
cenar a las sietes.
Al dia siguiente, la cena estaba a las ocho. Recalde rompio dos o tres
platos, dio punetazos en la mesa, pero no consiguio que se cenara a las
siete, y cuando la Cashilda le convencio de que alli se hacia unicamente
su voluntad, y que no habia ningun capitan ni piloto que le mandara a
ella, para remachar el clavo acabo diciendo a su marido:
--Aqui se cena todos los dias a las ocho, ?sabes, chiquito? Y si no te
conviene, lo que puedes hacer es marcharte; puedes ir otra vez a
navegar.
Y la Cashilda, mientras decia esto, le miraba a Recalde sonriendo, con
sus ojos azules.
Recalde, el terrible Recalde, comprendio que alli no estaba en su barco,
y se fue a navegar. Este caso ocurrido con mi camarada, ejemplo de la
energia femenina luzarense, no me inducia a casarme, ni aun con la
espiritual Barbarita. Me contaron el proceso de este conflicto familiar
entre Recalde y la Cashilda, en la relojeria de Zapiain, que era el
mentidero de las personas pudientes del pueblo. Mi tio, el viejo Irizar,
fue el que me llevo alli. Todavia no se habia fundado el casino de
Luzaro, que, despues de una epoca de pedanteria y de esplendor, quedo
reducido a una reunion sonolienta de indianos y de marinos retirados.
En la relojeria me entere de cuanto pasaba en el pueblo. Casi todos los
contertulios eran carlistas y fanaticos; yo no lo era; pero alli pasaba
el rato enterandome de las vidas ajenas, y me entretenia. Mi norma era
no discutir cuestiones de politica ni de religion.
El que por las trazas debia de ser liberal, mucho mas aun de lo que se
mostraba en publico, era el boticario Garmendia. No le convenia
desenmascararse por completo; pero, en el fond
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