n soporta una tragedia con plaza publica,
verdadero almacen de endecasilabos? ?Quien soporta una tan grande racion
de clasicismo a aquellas horas, despues de oir veinte discursos, despues
de haber cenado?
Aun faltaba algo. El candilejo, que sin duda era tambien poco amante de
lo clasico y estaba empalagado de tanto endecasilabo, no quiso alumbrar
mas tiempo la plaza publica, y se apago. Ramon cerro a obscuras su
manuscrito; comprendio que lo mejor que podia hacer era imitar a sus
amigos; bajo de la mesa, tomo la capa, se envolvio en ella, y tendiose
de largo sobre el bendito suelo. Poco despues estaba tan profundamente
dormido como los demas. Asi termino la tragedia de los Gracos. Nos ha
sido imposible averiguar si al fin el senador Bufo Pompilio dio al
senador Sexto Lucio Flaco el bofeton que deseaba.
CAPITULO XII
#La batalla de Platerias#.
El sol y dona Leoncia aparecieron con igual esplendor y hermosura en las
primeras horas del siguiente dia. La patrona, dejando las ociosas lanas,
dio principio a su tocado, que era algo complicado, porque consistia en
una restauracion concienzuda de todos los deterioros que en su persona
hacian lentamente los anos.
Despues de dar al viento la poca abundante cabellera, comenzaba a tejer
un mono, que, a no recibir el refuerzo de unos hinchados cojinillos, no
seria mas grande que un huevo. Pasaba inmediatamente a adobarse el
rostro, operacion verificada tan habil y discretamente, que no conociera
la _verdad de su mentira_ ni el mismo don Gil, que era la persona que
mas se acercaba a ella durante el dia. A veces solia usar cierto
pincelito; pero esto no era mas que en los dias clasicos, y no hacemos
alto en ello por ahora. En estas ocupaciones estaba, mal cenidas las
faldas, sin corse y descubiertas con negligente desnudez las dos
terceras partes de su voluminoso seno, cuando una persona entro en la
casa, y acercandose al cuarto de la diosa, dio un par de golpecitos en
la puerta.
--?Quien?--dijo alarmada la vizcaina.
--Yo.
--Por Dios, Carrascosa, no entre usted, que estoy....
Pero Carrascosa empujo la puerta, y la hubiera abierto a no impedirselo
por dentro la asustadiza y honesta dama, que dejo el afeite y se cino el
vestido rapidamente para acudir a defender la plaza.
--Leoncia, Leoncia, mira que soy yo, tu Gil.
--Don Gil, don Gil, no sea usted pesado. Siempre viene usted cuando
esta una arreglandose. Espere usted. Pase a la cocina, que tengo
qu
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