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ado de su bondad, poniendo en peligro la dignidad de su casa? --iYo, senora!--exclamo Clara con asombro. --Si, usted--afirmo dona Paz;--pero la juventud esta desmoralizada: no me admira. Esperamos, sin embargo, que usted se corrija. Ya se ve ... con estas ideas del dia, ique habia usted de hacer! --Es preciso perdonar--dijo dona Paulita con una voz agridulce y atiplada, que parecia salir de lo profundo de un cepillo de iglesia. --Si, perdonar; pero corregirse tambien--indico Salome con el aplomo de un legislador.--Si no, a donde iriamos a parar; porque el perdon sin correccion produce peores efectos que el no perdonar. --Ese es un punto--contesto la devota--dificil de resolver, y que ha de llevarnos a sostener una herejia. El perdon es bueno _en si_ y _por si_, como me lo probo el Padre Antonio el otro dia. --Pero, hermana, ?de que sirve perdonar si el malo no se corrige y sigue siendo malo?--dijo Salome interesandose en aquella controversia, que altero la soporifera armonia de la trinidad por algunos minutos. --El perdon basta por si para producir la gracia eficaz en el perdonado--contesto la devota;--y si es asi, que el perdonado se corrige con la gracia tan solo, luego la correccion del perdonador es ineficaz para el perdonado. Olvidabamos decir que dona Paulita sabia un poco de latin, y que en la epoca de la decadencia se habia dedicado a leer el _Florilegio sagrado_ y el _Thesaurum breve Patrum ac sententiarum_. Aquel argumento lo habia leido la noche antes, y por eso lo tenia tan a la mano. La controversia concluyo, y Maria de la Paz, mas dada al sermon que a la doctrina teologica, prosiguio arengando a Clara, que, sentada como un reo en el banquillo, estaba aterrada en presencia de tan severos jueces. --La opinion de la mujer--decia la matrona,--es cristal finisimo que se empana al menor soplo. Aquella que no se guarda a si misma, no es guardada; y mujeres hemos visto muy honestas que por no cuidar de su nombre le han visto manchado sin motivo. La opinion es lo primero: cuidad de vuestra fama, porque cuando se habla de una mujer, nada le queda ya, y su misma inocencia no la consuela. Estas doctrinas sobre la opinion eran de la cosecha del fraile de la Merced, que _in illo tempore_ frecuentaba la casa. A Paz se le quedaron presentes sus argumentaciones, y en lo sucesivo no perdonaba ocasion de sacarlas a cuento, creyendo que hablaba por su boca la misma sabiduria. La devota manifesto con un
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