l orador un
individuo que estaba en la parte del publico.
--?Amigo del Gobierno?--dijo el orador indignado.--?Por que? ?Porque amo
la libertad sin licencia, la peticion sin escandalo? Vosotros amais la
anarquia y cedeis a la venalidad. Me dirijo a los aragoneses, que este
sitio se distinguen por su lenguaje procaz y su amor a los alborotos.
--?Que se atreve usted a decir?--exclamo Nunez levantandose como una
furia y apostrofando al primer orador.
--iQue injuria dirige usted a mis amigos, a mi!
--Si, senores--grito el otro:--desconfiad de los aragoneses. Un aragones
agito las turbas el dia de la procesion del retrato.
Algunos miraron a Lazaro que, mudo y helado, presenciaba aquella escena.
--Y no lo dudeis--continuo el orador.--El que hablo en aquella ocasion
era un vil instrumento de los agentes del Rey.
--iEs este! iAqui esta!--exclamo uno, senalando a Lazaro a la atencion
de toda la asamblea.
--Si: el sobrino de Coletilla.
--iSobrino de Coletilla! iSobrino de Coletilla!--repitieron
muchas voces.
Tumulto espantoso resono en todo el ambito. Todos se levantaron y
miraron a Lazaro.
--iEl que hablo la otra noche excitando a la rebelion!
--iAlborotador de la Plaza Mayor!
--iEl sobrino de Coletilla!
Estas ultimas palabras eran el mayor padron de deshonra. Nunez se
levanto a defender a su amigo; pero no pudo: su voz no fue escuchada.
Muchos que temian verse acusados, en cuanto vieron el aluvion que sobre
Lazaro caia, descargaron sobre el toda su ira.
--?Cuanto te dieron por los gritos del dia de la procesion,
prendita?--exclamo desde el rincon el augusto Calleja.
--iAfuera con el!
--iFuera los traidores, fuera!
--iA la calle, a la calle!
Lazaro trato en aquel momento supremo de desesperacion de reunir todo su
aplomo para hablar, para defenderse, para gritar, para decir a todos que
era inocente, que era un infeliz, un pobre diablo, el ultimo de los
seres. No le escuchaban. No podia hablar, ni para defenderse, ni para
despreciarlos: se doblego bajo el peso insoportable de tanta mirada y de
tanta colera. La multitud redoblo su furia al ver el estupor y la
postracion de su victima, y tras las palabras vinieron los movimientos:
le mandaron salir, le empujaron hacia la puerta, le echaron. El circulo
en que le tenian se estrechaba cada vez mas; el desdichado joven vio
cien manos sobre su cuerpo; se sintio cogido, como si una culebra se le
enroscara echandole fuertes nudos y apretandole en
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