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esta opinion? Porque _a doemonio numquam salus inveniatur_. Vamos, diga usted que es gran teologa. Paulita no contesto; y otro menos bruto que el Padre Silvestre hubiera comprendido que aquella extemporanea consulta teologica la contrariaba mucho en tal momento. El instinto femenino se sublevo alli contra toda la uncion consuetudinaria de la santa. No contesto, y icosa singular! la que siempre se habia ruborizado cuando en presencia de los curas le hablaban de cosas mundanas, se ruborizaba ahora porque la hablaban de Teologia. --Yo no se ... yo no entiendo ... yo no he leido ese libro--contesto al fin, viendo que el majadero de Entrambasaguas repitio su pregunta, adornada con dos o tres festones mas de latin. --?Pues no me lo recomendo usted aquel dia que hablamos en el locutorio de las monjas con el obispo de Calahorra, cuando dijo usted aquello de San Dionisio Areopagita, que empieza ...? ?A ver como empieza? ?No se acuerda? --Yo no--dijo la devota, muy colorada y muy inquieta, por no hallar pretexto para mudar de conversacion. --?Pero no me recomendo usted ese libro _De albigensium erroribus?_ Si me dijo usted que era lo mejor que se habia escrito ...--insistio el majagranzas del clerigo. Un rumor popular y el aspero tanido de los fagotes vinieron a sacar de apuros a nuestra amiga anunciando la procesion. Se dispuso ocupar inmediatamente los dos balcones: en uno se coloco el clerigo con Maria de la Paz y Salome; en otro se coloco la gorda, dona Paulita y Lazaro. Un enorme tiesto, donde crecia con extraordinaria lozania una adelfa, estorbaba la comodidad de estas tres personas. La gorda estaba en medio, y era imposible acomodarse con holgura a causa de dona Petronila y de la adelfa. Pero al fin, despues de mil cumplimientos, la devota se encontro en medio, teniendo a la derecha a Lazaro y a la hermana del clerigo a la izquierda. La procesion empezo a desfilar. El clerigo hablaba por los seis, y hablaba tan fuerte, que los transeuntes se quedaban mirando a los balcones. Algunos de los curiosos notaron en el rostro de dona Paulita una muy grande agitacion, y el autor de este libro, que era uno de los que pasaban, noto con sorpresa (porque conocia de oidas su caracter) que entre la frente de la dama y los cabellos del joven, no habia otra cosa que algunas hojas y una flor de la adelfa criada en el balcon. Lazaro no atendia al gentio ni a los santos ni a nada. El despecho por encontrarse alli mal de su gr
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