aso.
--No hay duda--dijo Lazaro para si.--Esta mujer tiene mucha fiebre; ya
empieza a delirar.
Y entonces la mujer mistica andaba tan a prisa, que bien pronto
alcanzaron a las dos ruinas mayores. Mas pronto hubo de moderarse su
impetu, y tan despacio iba, que tardo mucho para avanzar veinte pasos.
Cada vez pesaba mas la teologa en el brazo del estudiante: al llegar a
la casa, la enferma no podia ya dar un paso, y Lazaro le rodeo con su
brazo la cintura para impedir que cayera. Erale imposible subir, porque
la dama se inclinaba a uno y otro lado sin poderse tener. En tanto, el
joven observaba que tenia demudado el semblante, cerrados los ojos,
flojos y caidos los brazos; hizo un esfuerzo heroico, la cogio en sus
brazos y la subio. La cabeza de la enferma descanso sobre sus hombros, y
Lazaro noto que el contacto de su frente le quemaba el cuello.
--Tiene mucha fiebre--dijo depositandola en el pasillo, porque Paz no le
permitio que llegara a la alcoba. Entraronla en su cuarto las otras dos,
bastante alarmadas con tan repentina desazon; pero pronto volvieron mas
tranquilas, y se fueron al comedor a cenar un salpicon que habian dejado
preparado.
Reinaba en la casa profundo silencio. Lazaro subio la escalera interior
para irse a su cuarto; y al subir no pudo menos de detenerse, porque
sintio una voz que le heria el corazon. Era la voz de Clara, que
preguntaba o contestaba no sabemos que cosa a la devota. El joven
apresuro el paso para huir de aquella voz que no queria oir mas.
CAPITULO XXX
#Virgo fidelis#.
Lazaro no encontro arriba a su tio. Estaba el infeliz mancebo sumamente
impresionado por el incidente ocurrido, y no cabia en si de colera, de
amargura, de sobresalto. Imposible le era tranquilizarse, tanto mas,
cuanto que tenia siempre ante la imaginacion la figura de Clara, de
rodillas, con los ojos llenos de lagrimas y los brazos cruzados. Dabale
compasion y despues ira, sucediendose tan atropelladamente estos dos
sentimientos, que creyo sentir como una ebullicion en el pecho y un
vertigo en la cabeza. A los arrebatos del encono sucedia el abatimiento
del desengano, ignorando al mismo tiempo si amaba aun a aquella infeliz
o si la despreciaba.
Pasaron las horas; la noche avanzo, y el continuaba en la agitacion. No
pensaba acostarse, ni sentia sueno, ni necesidad de reposo; antes al
contrario, los impulsos de su naturaleza eran hacia la zozobra, la
inquietud, el movimiento. Silencio lugubre,
|