espiro porque no podia dar un paso. Despues siguio andando
lentamente; no se atrevia a volver, porque las risas habian cesado y se
oian terribles imprecaciones. Algunas piedras, lanzadas por mano
vigorosa, cayeron junto a ella. Batilo se volvio lleno de despecho y
ladro como nunca habia ladrado, con verdadera elocuencia canina.
Despues de esto, avivo Clara el paso y llego a la calle de Alcala. Miro
a derecha e izquierda, sin saber que camino tomar. Subio hacia la Puerta
de Sol; pero no habia llegado a San Jose cuando vio que por la calle
abajo venia gente, muchisima gente: ella no habia visto nunca tanta
gente reunida. La calle le parecia tan grande, que no conocia distancia
alguna a que referirla, pues para ella las casas hacian horizonte, y
aquella gente que venia se le representaba como un mar agitado
sordamente, y avanzando, avanzando como si quisiera tragarla. Sin
deliberar volvio atras y bajo hacia el Prado. El gentio bajaba tambien:
sordo rumor resonaba en la calle. La muchedumbre traia algunas luces, y
de cuando en cuando una voz pronunciaba muy alto un _viva_,
contestandole otra tremenda y multiple voz. La gente bajaba, y Clara
bajaba delante. Aquello le dio mas miedo que los borrachos; pero cuando
se encaro con la Cibeles, cuando vio aquella gran figura blanca en un
carro tirado por dos monstruos blancos, se detuvo aterrada. Habia visto
alguna vez la Cibeles; pero la oscuridad de la noche, la soledad y el
estado de excitacion y dolencia en que se encontraba su espiritu, hacian
que todos los objetos fueran para ella objetos de temor, todos con
extranas y fantasticas formas. Los leones de marmol le parecia que iban
corriendo con velocisima carrera, galopando sin moverse de alli. La
pobre miro atras, y vio que la gente avanzaba siempre, haciendo mas
ruido: no quiso ver mas aquello, y tomando hacia la derecha, entro en el
Prado. Este sitio le parecio tan grande, que creia no llegar nunca al
fin. Jamas habia visto una llanura igual, campo de tristeza, de
ilimitada extension; los arboles de derecha e izquierda se le antojaban
fantasmas negros que estaban alli con los brazos abiertos; brazos
enormes con manos horribles de largos y retorcidos dedos. Anduvo mucho,
hasta que al fin vio delante de si una cosa blanca, una como figura de
hombre, de un hombre muy alto, y sobre todo muy blanco. Se fue acercando
poco a poco, porque aquella figura se le representaba marchando con
pasos enormes. Era el Neptuno de la fuente, que
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