le ve arder calenturiento y agitado por subitas y precipitadas
exhalaciones, mientras toda su inmensa extension permanece obscura y
helada. Aquella luz impresiono la mente de Clara de un modo muy extrano.
Lejos de infundirle temor, le parecio ver alli alguna cosa interna, mas
profunda que el profundo cielo, que parecia estar abierto por aquel
punto. Creia ver oleadas de luz, emanadas de un foco incandescente;
formas humanas, cuerpos sin sombra, que oscilaban con caprichosas
revoluciones. Pareciale como una falanje de astros humanos, de cielos y
mundos en forma de seres vivos, que alli se determinaban dentro del
espacio mismo de una llama sin fin; cada uno engendraba miles, cada mil
un millon; se alejaban y volvian, se obscurecian tenuamente, y de nuevo
adquirian el brillo de la mas intensa luz.
Cuando aparto la vista de aquella claridad, miro al lado opuesto; miro a
la calle, en derredor, y no vio nada. Espero un rato, mirando siempre, y
tampoco vio nada. Creyo que estaba ciega, y en vano queria, con atencion
afanosa, descubrir algun objeto. La lluvia habia crecido de una manera
espantosa: un torrente bajaba por la Cuesta de los Ciegos y otro por la
de los Consejos; la calle recogia estas dos vertientes y arrojaba hacia
el puente un barranco fangoso. Ella continuaba sin ver; sentia que sus
pies se enterraban en fango; el ruido era horrible. Se le concluyo el
animo; creyo que no le quedaba mas recurso que cerrar los ojos, que ya
no veian, y dejarse morir alli, dejarse arrastrar por aquella agua que
iba hacia el rio con precipitacion vertiginosa.
Un relampago intenso ilumino aquel abismo. Entonces pudo ver a la
repentina luz las dos masas obscuras de casas que a un lado y otro se
alzaban. Pero despues volvio a quedar sumergida en su profunda ceguera.
Las rodillas se le doblaban; el agua le habla calado toda la ropa;
Batilo grunia como un perro naufrago. A pesar del ruido de la lluvia,
los gritos de las mujeres se sentian otra vez, discordantes, agudos,
como confuso chirrido de pajaros nocturnos, resonando encima, alla
arriba. La enferma fantasia de Clara creyo reconocer en aquellas voces
un horrible y aspero trio de las Porrenas, que volaban, envueltas en
espantosas nubes, dando al viento las voces de su impertinencia, de su
amargo despecho y de su envidia. Hasta le parecio ver a Salome, que se
cernia en lo mas alto, agitando rapidamente sus luengas vestiduras a
manera de alas, y mostrando hacia abajo las encorvadas y
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