angulosas
falanjes de sus dedos, terminados con unas de lechuza.
La lluvia empezo a disminuir. Ruido de campanillas y ruedas indico a
Clara que una galera acababa de pasar la calzada del puente y entraba en
la calle: esto la animo un poco, porque sentia la voz del arriero, que
con tremendos palos estimulaba a sus caballerias a subir la cuesta.
Levantose la joven dispuesta a hacer la ultima tentativa preguntando al
arriero. Llego la galera, y Clara se adelanto hacia la mitad del camino;
pero, una de las mulas, que era muy espantadiza, dio un salto y casi
vuelca la galera. El arriero empezo a proferir votos y juramentos. El
animal se resistio a dar un paso; pegaba el arriero, coceaba la arisca
mula, y la otra, queriendo aprovechar tan buena ocasion de reposar su
fatigado cuerpo, que habia hecho la jornada de Navalcarnero en seis
horas, se hecho al suelo muy sibariticamente, esperando a que estuviera
resuelta la pendencia entre su amo y su companera. La mula quedo casi
totalmente enterrada en fango, y cuando el arriero vio tal cosa, y que
la galera se habia inclinado de un lado, hincando el eje en el suelo, se
puso hecho un demonio: llamo en su auxilio a todos los santos del cielo
y a todos los demonios del infierno, se tiro de los cabellos y hasta
empezo a darse latigazos de rabia.
Clara, que se creyo causante de aquel desperfecto, tuvo bastante fuerza
para huir de las iras del carretero, que, a haberla visto, la hubiera
maltratado; corrio hacia arriba, y no paro hasta la esquina de la
plazuela de la Paja. Alli encontro otro sereno y le hizo su pregunta.
--Esta usted cerca--le dijo este.--Suba usted esa plazuela; pase usted
aquel arco que se ve alli, donde esta la imagen de la Virgen con el
farol, y llegara a la plazuela de los Carros. Enfrente esta la calle del
Humilladero.
Clara empezo a creer otra vez que habia Dios, y siguio la direccion
indicada. Al fin estaba cerca, al fin llegaba. La esperanza le dio
animo; pero al acercarse al arco que unia entonces la capilla del Obispo
con la casa de los Lasos, se avivo su miedo. Se figuraba que aquel arco
no podia conducir sino a una caverna, y ademas le parecia que detras
estaba una figura corpulenta, que no era otra que Maria de la Paz Jesus,
apostada alli para asirla cuando pasara, arrebatandola con una mano
grande y crispada, para llevarsela por los aires.
Pero la esperanza puede mucho. Cerro los ojos, y corriendo velozmente,
paso. La plaza de los Carros ya le par
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