tan odioso para mi, que me parece que si no le veo
ensartado me muero de un berrinche.
--?Y que le ha hecho a usted?
--Ahi tuvimos una pendencia en _Lorencini_. Renimos. Fue por un discurso
mio; es cuento largo. Este no escapa, ni el padre tampoco, que es el
orgullo mismo, y fue el que pidio en el Congreso que se cerraran las
Sociedades secretas. iBuenos estan los dos! Pero no escapan, eso no.
Para eso estare yo alli. A las doce no hay quien me arranque de la
plazuela de Afligidos.
--?De modo que van a asesinar a esos hombres, cogiendolos a todos
desprevenidos?
--En buen castellano, eso es. El pueblo de Madrid lo hara bien; los
detesta, y alla iran unas turbas que ya, ya ... ?Conque al fin no va
usted a que le designen su puesto?
--Si--dijo Lazaro para disimular su proposito.--Voy.
--Yo espero aqui un recadillo del amo del cafe.
--Adios--dijo Lazaro, saliendo con precipitacion.
Su resolucion era irrevocable. No podia permitir que se llevara a efecto
aquel complot infame. Por el, solo por el, habian tenido noticia de la
reunion que en aquel sitio celebraban las victimas indicadas, y a el
correspondia evitarlo. Corrio hacia la plazuela de Afligidos con objeto
de llamar en aquella casa misteriosa y prevenirles contra el atentado
que se preparaba.
Por el camino encontro muchos grupos de gente sospechosa. Iban algunos
armados de trabucos, cenida la cabeza con el panuelo aragones, comodo
tocado de las revoluciones. Su actitud y sus rumores anunciaban la
agitacion que en el pueblo reinaba. Iba a cometerse un gran crimen.
?Sabia el pueblo lo que iba a hacer y a que principio obedecia
haciendolo? Lazaro meditaba todas estas cosas por el camino y decia:
"No, no es esto lo que yo predique"; y al mismo tiempo la idea de que el
violento discurso pronunciado por el la noche anterior hubiera tenido
una parte de complicidad en la actitud del pueblo, le desesperaba.
Encontraba cada vez mas grupos sospechosos, y aun oyo proferir algunos
_mueras_ lejanos. Al llegar a la calle Ancha vio un grupo mas
numeroso. Paso cerca sin intencion de pararse, cuando uno se adelanto
hacia el y le detuvo. ?Quien podia ser sino el pomposo Calleja, el
barbero insigne de _La Fontana_? Haciendo grandes aspavientos y dando
al viento su atiplada voz, puso sus pesadas manos sobre los hombros
del joven, y dijo:
--iEh!, muchachos, aqui esta el gran hombre, nuestro hombre. Bien decia
yo que no habia de faltar. iEh!, muchachos, aqui lo tenei
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