enetrables para nosotros;
pero ahora nos toca hacer una excursion hacia los elevados lugares,
lugares que llamaba el publico la _Casa Grande_, para conocer, aunque no
con la profundidad que el caso exige, la fuente del abominable complot
anteriormente descrito.
En una sala del pabellon, que forma un martillo en la fachada oriental
de Palacio, estaba Fernando VII en la misma noche del motin. En aquel
pequeno despacho no recibia a los ministros; aquella no era la camara:
era la camarilla. Alli habian privado grandemente en epocas anteriores
el duque de Alagon, Lozano de Torres, Chamorro, Tattischief y otros
memorables personajes de los seis anos que siguieron a la vuelta de
Valencey. Alguna vez los ministros eran favorecidos con su admision en
aquel recinto de perfidias y adulacion, y alli las sonrisas de Fernando
para sus secretarios eran siempre siniestras. Cuando sonreia a un
liberal, malo. Este axioma cortesano tuvo gran boga del 20 al 23.
Aquella noche estaba con Coletilla, su perro favorito. Sentados junto a
una mesa el uno frente al otro, tenian delante unos papeles, que sin
duda eran cosa importante por la atencion con que los leian y anotaban y
por la actitud satisfecha con que el Rey celebraba lo que alli estaba
escrito. Fernando se permitia algunas agudezas de vez en cuando, porque
era hombre, como todos saben, que poseia en grado eminente la propension
a la burla, que ha sido siempre constantemente adorno del caracter
borbonico. Coletilla, que no acostumbraba a reirse, reia tambien, por
considerar desacato no reproducir en su fisonomia complaciente y esclava
todas las alteraciones de la regia faz de su amo.
--Senor, esta noche--dijo--es la noche de la redencion. iDios quiera en
su altisima justicia que nuestra empresa llegue a feliz termino! Yo asi
lo espero; confio mucho en el valor de los que estan encargados del
negocio. Senor, V.M. recobrara sus divinos atributos, usurpados por una
turba de habladores sin honor ni nobleza. Espana va a despertar. iAy de
aquellos que sean sorprendidos en el error, cuando la patria sacuda su
letargo, abra los ojos y vea...!
Fernando no contesto: habia inclinado la cabeza y parecia muy
meditabundo. La luz de una lujosa lampara le iluminaba completamente el
rostro, aquel rostro execrable que, para mayor desventura nuestra,
reprodujeron infinidad de artistas, desde Goya hasta Madrazo. Es
terrible la infinita abundancia de retratos de aquella cara repulsiva
que nos lego s
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