da humana; al considerar que por un extremo podia aparecer un
hombre y por el otro extremo otro, avanzando hacia el centro y
cogiendola entre los dos, fue tal su pavor, que estuvo a punto de caer
al suelo sin sentido. Tambien se la figuraba que la enorme muralla de la
casa del Cordon y la de San justo iban a reunirse, aplastandola en
medio. Un supremo esfuerzo, una carrera en que el espiritu agitado, mas
bien que el cuerpo, parecia trasladarse, la llevo a la calle del
Sacramento. Al fin vio una luz que se movia; era un sereno. Aquel
encuentro la infundio algun valor; acercose a el, y le repitio su
pregunta, tantas veces hecha, y nunca contestada. El sereno, de muy mal
humor, pero con buena intencion, le dio la direccion verdadera.
--Baje usted esa cuestecita por detras del Sacramento; baje usted
siempre hasta que llegue a la calle de Segovia; en seguida sube usted
derecha, siempre adelante, hasta encontrar la Moreria; entra por ella
hasta llegar a la calle de don Pedro; despues sigue por esta hasta la
plazuela de los Carros, y enfrente de la capilla de San Isidro,
encuentra usted la calle del Humilladero.--Le repitio las senas y le dio
las buenas noches.
La huerfana se retiro muy agradecida. Al fin encontraba la direccion de
aquella maldita calle. Tomo por el camino indicado y bajo la cuesta de
los Consejos. iQue triste y pavoroso lugar! El piso parece que huye bajo
los pies del transeunte: tal es la pendiente. A Clara, que estaba
completamente desfallecida y con la cabeza debilitada, le parecia caerse
a cada paso, y que el suelo se iba inclinando mas cada vez, negandose a
soportarla. Llego a creer que nunca terminaba aquel descender
precipitado, hasta que por fin sus pies pisaron en llano. Estaba en la
calle de Segovia, y se le figuraba haber caido en un abismo. No era
posible, pensaba ella, que el sereno le hubiera dicho la verdad. ?Estaba
aquel sitio habitado por seres de este mundo? De noche, y en aquella
lobreguez, parecia la profundidad de un barranco, de esos que escogen
para sus conventiculos los duendes y las brujas. Mirando hacia arriba,
le parecia que se inclinaban, amenazando caer, las dos masas de
habitaciones que a un lado y otro de la calle se levantan.
Clara siguio, sin embargo, la direccion que el sereno le habia
indicado: distinguio delante de si la cuesta escarpada de los Ciegos, y
penso que era imposible trepar por alli, intentolo a pesar de todo,
tropezando con montones de escombros y ruinas: l
|