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emplando la barbara efigie de aquella mujer, oraculo de su desventura. Despues se hizo repetir las senas de la nueva casa, y salio. Ya la determinacion de ir alli era inquebrantable, y antes hubiera muerto que dejar de hacerlo. La curiosidad, los celos, la necesidad de encontrar una solucion a aquella serie precipitada de dudas, le impulsaban hacia la nueva casa. ?Y la abjuracion exigida? Casi no pensaba ya en tal cosa. Sin duda alguna podia asegurar que el militar, de quien le hablo Pascuala, era el mismo que le acababa de poner en libertad. iNuevo y doloroso misterio! Hubiera dado muchos dias de vida por saber todo con claridad, y al mismo tiempo se horrorizaba al pensar que iba a saberlo. La idea de la deslealtad de Clara, de su deshonra, era demasiado grande en su horror, y no le cabia en la cabeza. Lo que mas le confundia era la extrana rapidez, la fatal impaciencia con que se precipitaban sobre el tantas contrariedades, tantas amarguras, que no le daban tiempo para buscar aliento y esperanza en su inteligencia y en su corazon. Entro en la casa, y subio lentamente la escalera de la casa del siglo decimoctavo. No pudo prescindir de una sensacion de respeto hacia aquellas tres damas, desconocidas todavia para el, que le parecian tres perfectos modelos de virtud. Toco, y le abrio una de ellas. La decoracion le afecto un poco: los retratos historicos de la antesala le miraron todos con sus ojos apolillados. Lazaro tuvo miedo. Precedido por Paz, atraveso por entre aquellas sombras que la debil luz del pasillo hacia mas misteriosas, y entro en la sala. CAPITULO XXIII #La Inquisicion.# Cuando Coletilla, despues de instalado en el piso segundo, manifesto a las senoras la probabilidad de que su sobrino fuese a vivir con el, Salome se quedo un poco pensativa; pero Maria de la Paz dijo que no habia inconveniente, supuesto que el joven, bajo la vigilancia y tutela de su tio, habria de tener el comedimiento y la dignidad que aquella casa imponia a sus habitantes. Lazaro, precedido por Maria de la Paz, entro en la sala. Lo primero que vieron sus ojos fue a Clara, que estaba sentada junto a la devota y cosia con la cabeza baja, sin atreverse a mirar a nadie. Vio su turbacion y su empeno en disimularla. Despues miro a todos lados y vio a su tio, respetuosamente sentado al lado de Salome, cuyos reales estaban plantados al extremo oriental de Maria de la Paz. Lazaro les vio a todos inmoviles, como figuras
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