sus robustos anillos.
El vocerio, el calor, la angustia, la vergueenza, le aturdieron hasta el
punto de hacerle perder la claridad del conocimiento. Sintiose arrastrar
sin ver quien le arrastraba; fuerzas descomunales tiraban de sus punos,
le golpeaban la espalda, le impelian hacia fuera, sintio abrirse la
puerta con estrepito, sintio que su cuerpo recibia una fuerte sacudida,
sintiose arrojado y libre de aquellos brazos terribles; cayo al suelo.
El ruido continuaba en torno suyo, formado principalmente de carcajadas
infernales; pero al fin el ruido se alejo poco a poco: el infeliz
comenzo a experimentar el dolor de la caida y el frio de la tierra.
Estaba en la calle.
Permanecio en el suelo algunos minutos sin darse clara cuenta de aquel
hecho, y el sudor que le cubria su rostro le produjo una impresion
glacial. Entonces adquirio conocimiento exacto de su situacion, y vio
que estaba en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, inclinada la
frente, caido y revuelto el cabello. El sombrero rodaba a su lado, su
ropa estaba desgarrada y sentia un dolor agudisimo en el codo izquierdo,
duramente estropeado en la caida. El ruido de la _Fontana_ resonaba como
enjambre lejano: a los gritos se unian las palmadas, y una voz agitada y
sonora se elevaba a ratos sobre aquella tempestad de entusiasmo.
Lazaro vio en torno suyo a tres pilletes que le contemplaban con burla,
y uno de ellos atisbaba una ocasion oportuna para quitarle el sombrero.
Los transeuntes principiaron a formar corro, y alguno llego a inclinarse
con curiosidad para ver si el caido estaba difunto o simplemente
desmayado. Levantose, porque aquella curiosidad impertinente le
molestaba tanto como el rumor que de la _Fontana_ salia, y se alejo de
alli, dirigiendose a la Puerta del Sol. Los gateras le seguian,
acompanados de algunos mas; los serenos le dirigian de lleno la luz de
sus linternas, y los transeuntes se paraban mirandole alejarse, seguros
de que no era difunto ni estaba desmayado, sino simplemente borracho.
Subio la calle de la Montera, y pregunto por la calle de Valgame Dios,
porque habia resuelto dirigirse a Casa de su tio. Ya no dudaba: su
determinacion era fija, y en aquel angustioso trance, la casa del
fanatico, en cuya puerta habia de dejar sus creencias, sus sentimientos,
le parecio un refugio de paz.
Despues de todo, los pocos dias pasados en Madrid habian sido continuado
martirio, y la idea de la apostasia que en casa del realista se le
ob
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