festacion.
Estaba livido, anhelante, y cada palabra suya era como un latigazo que
estimulaba a la muchedumbre a seguir adelante.
En tanto las tropas avanzaban despejando la plaza, y algunos eran tan
osados, que delante de los caballos oponian resistencia y vociferaban
apostrofando a Morillo y a su gente.
--iA esos que gritan!--dijo el que mandaba el piquete. Arremolinose el
gentio. Muchos corrieron a escape. Otros dieron vueltas, arrastrados
por la oleada, o permanecieron turbados sin saber que partido tomar.
Lazaro callo.
--?Quien gritaba?--dijo el capitan,--A los que gritan. Prender a los
que gritan.
Lazaro quiso huir; pero el brazo vigoroso de un soldado le detuvo
fuertemente.
--Prender a los que gritan. Este es el predicador. iA ese!
Lazaro paso de una mano fuerte a otra fortisima. Apenas se daba cuenta
de que le habian prendido. Creyo que le soltarian en seguida, e intento
desasirse, aunque inutilmente.
-iAtras, atras! iFuera de la plaza!--continuaba el capitan.
Y era bien obedecido, porque el gentio se desbandaba a toda prisa. La
procesion fracaso. El retrato quedo hecho trizas en medio de la plaza;
la tropa tomo todas las entradas.
?Que fue de Lazaro? Un cuarto de hora despues entraba, honrosamente
custodiado, por las puertas de la carcel de Villa, y era introducido
tambien honrosamente en un tristisimo, obscuro y sucio calabozo.
CAPITULO XIII
#No llega el esperado.--Llegada de un importuno.#
De todos los procedimientos que el espiritu emplea para atormentarse a
si mismo, el mas terrible es esperar. Contra esto no hay remedio.
Parece que ha de ser facil resolverse a no esperar, apartar la
imaginacion de la cosa esperada, y vivir solo en un punto de la vida, en
un momento del tiempo, sin esa dolorosa aspiracion a lo venidero que
desquicia el ser, sacandole de su centro.
Cuando se espera lo que ha de llegar las horas son siglos; cuando se
espera lo que debio llegar, las horas vuelan como segundos. Clara estaba
a la hora de las diez con el alma suspensa, tremula y atenta, llena de
inquietud y zozobra. Pasa de las diez, y el viajero no viene; el reloj
vuela de las once a las doce, y de las doce a la una. Pascuala tenia
mucho miedo, porque el ruido de gentes que en la calle se sentia
aumentaba a cada hora. Las dos estaban sentadas en el cuarto interior, y
no decian cosa ninguna, ni la criada contaba aquellos cuentos de las
ninfas y el dragoncillo, que habia aprendido en su p
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