al llegar alli, una sorpresa sin
igual detuvo la procesion. Dos filas de soldados formaban en las
Platerias, llegando mas alla de la plazuela de la Villa. Las picas de
un escuadron de lanceros brillaban a lo lejos, y delante de esta tropa
estaba, el Capitan General de Madrid, a caballo, esperando con grande
aplomo y entereza. Este hombre avanzo seguido de dos o tres, y
senalando con el sable, intimo la orden de retirada a los del retrato.
Hubo una rapida consulta de miradas entre estos. Una autoridad civil se
acerco tambien, y con los mejores ademanes dijo que se fuera cada cual
a su casa y renunciaran a aquella manifestacion, porque el Gobierno
estaba resuelto a que no dieran un paso mas. El aspecto de la tropa
impresiono vivamente a los del retrato; ademas, estos contaban con la
ayuda del regimiento de Sagunto, y el regimiento de Sagunto estaba
encerrado y perfectamente custodiado en su cuartel.
Trataron, sin embargo, de pasar adelante, y dijeron que aquella
manifestacion era puramente moral; que no trataban de producir ningun
trastorno, ni era agresiva su actitud, ni tenian mas objeto que
tributar un homenaje de admiracion al heroe que habia dado la libertad
a su patria.
"iCada uno a su casa! Atras el retrato", dijo resueltamente Morillo.
La defensa era imposible. La procesion no tenia armas.
La supuesta debilidad del Gobierno se habia trocado en inquebrantable
firmeza. Algunos empezaron a desertar, desfilando por la calle de
Milaneses y la plazuela de San Miguel. El retrato descansaba en tierra y
se movia adelante y atras, poco seguro en manos de sus portadores. Estos
hablaron: pero todo fue inutil: la gente empezo a retroceder, algunos a
gritar, y hubo tambien quien quiso oponer resistencia a la tropa.
Entre tanto el gentio que ocupaba la plaza permanecia inmovil. ?Quien
era aquel que entre tanta gente se elevaba, y agitando las manos,
proferia voces que la muchedumbre aplaudia? El orador hablaba bien, sin
duda: grandes aclamaciones acogian sus palabras; pero los continuos
empellones, los gritos de los pisoteados y estrujados no permitian a
aquel expresarse con desahogo.
Algunos pedian silencio; pero el silencio en toda la plaza era
imposible. A lo mejor, los que en el arco discutian con la autoridad,
retrocedieron al ver que la tropa resistia. La confusion entonces llego
a su termino. El orador continuo su filipica; pero la continuo excitando
al pueblo a que no cediera en su empeno de verificar la mani
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