divino. Otros dias llegaba muy apurada para contarles
como habia sentido unas terribles tentaciones, y que bebiendo vinagre se
le habian quitado.
Asi pasaba los dias en sabroso comercio con lo desconocido, lo mismo en
la epoca de su apogeo que en la de su decadencia.
Estos tres angeles caidos llevaban una vida monotona y triste. Su casa
era la casa del fastidio. Parecia que las tres se fastidiaban de las
tres, y cada una de las demas.
Nos hemos olvidado de otro importante inquilino. Era un delicado
ejemplar de la raza canina, un perrito que representaba en la casa el
elemento irracional. Mas en este ser no se veian nunca la inquietud y
alborozo propios de su edad y de su raza; antes, por el contrario, era
tan melancolico como sus amas. En los tiempos do prosperidad habia en
la casa muchos perros: dos falderos, un pachon y seis o siete lebreles,
que acompanaban al decimocuarto Porreno cuando iba a cazar a su dehesa
de Sanchidrian.... Con la ruina de la casa desaparecieron los canes:
unos por muerte, otros porque el destino, implacable con la familia,
alejo de ella a sus mas leales amigos. Mas en su decadencia, las tres
damas no podian pasarse sin perro: y es fama que un dia, viniendo dona
Paz de visitar a sus amigas las Carboneras, al pasar por la Puerta del
Sol, vio a un hombre que vendia unos falderillos de pocos dias.
Acercose con emocion y cierta vergueenza, pago uno con ocho cuartos y se
lo llevo bajo el manto.
Instalado el perro en la casa, Salome le puso nombre, y recordando las
lucubraciones mitologicas y pastoriles de los poetas que en el tiempo
de la Chinchon la obsequiaban con sus versos, le puso el nombre clasico
de Batilo.
Este desventurado ser se hallaba en el momento de nuestra descripcion
echado a los pies de Maria de la Paz, semejando en su actitud a los
perros o cachorrillos que duermen el sueno del marmol inerte a los pies
de la estatua yacente de un sepulcro.
Las de Porreno se levantaban a las siete de la manana, tomaban un
chocolate del mas barato, y se iban a las Gongoras. Oian tres misas y
parte de una cuarta. Si era domingo confesaban, y despues volvian a
casa, quedandose generalmente dona Paulita en el locutorio a hablar de
las llagas de San Francisco. A la una comian (no tenian criada) una olla
decente _con menos de vaca que de carnero_, y algunos platos
condimentados por el instinto (no educacion) culinario de Maria de la
Paz, que consideraba como la ultima de las humillaciones la
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