, poniendole al corriente de su situacion, sobre la cual era
preciso resolver en definitiva.
VII
Era aquel un dia de emociones en Rucanto.
Saboreaba las suyas Carmencita, olvidada de todo para pensar en los dias
felices de Luzmela, evocados por la carinosa visita de su unico amigo.
De pronto cayo sobre su ensueno la voz punzante de dona Rebeca,
interrogando:
--?Se fue ya?
La joven se estremecio y, azorada, repuso:
--Ya....
--?Y no has llamado a "tu prima"?
Timida para disculparse, guardo silencio la joven, y dona Rebeca
contuvo a duras penas su enojo, deseando explorar el resultado de las
gestiones que la encomendo.
--Habla, hija mia; ?que te ha dicho el medico?... ?Le ponderaste a
Narcisa?... La pobre Narcisa te quiere mucho; hoy me ha dicho que tienes
ya que aliviar el luto y salir con ella a paseo. Vamos, explicate:
?confeso que le era simpatica?... iEl siempre le echa unos ojos!...
Carmen, obligada a responder, torpe y confusa, dijo sencillamente.
--Me ha dicho que no piensa casarse nunca.
La senora, descompuesta en un instante, bramando de furor, alzo los
brazos sarmentosos sobre la cabeza de la nina.
Luego se tiro de los pelos. Uno de sus desahogos favoritos era
encresparse la melena blanca, que debiera ser albo nimbo de su
ancianidad.
Con la voz temblequeante de despecho, inquirio:
--Y ?le has ofrecido mi hija?... iMi hija despreciada por ese
advenedizo, un hijo de mala madre, ladron, asesino!...
Carmen cerro los ojos, se tapo los oidos, se encogio en su silla
pequena, toda confundida y horrorizada.
Dona Rebeca seguia avanzando hacia la infeliz; le echaba encima su
aliento fatigoso y le escupia en la cara los insultos.
--Te aborrezco, usurpadora, infame; que no puedes ver a mi hija porque
es mejor nacida que tu, y mas guapa y mas rica....
Dio un manotazo furioso encima del bastidor, que rodo por el suelo. La
debil madera del telar habia gemido rota.
Entonces Carmen se levanto con un instintivo impulso de defensa.
Estaba blanca y tenia en los ojos un extrano fulgor.
Los puso en dona Rebeca con tal expresion de firmeza y desprecio, que la
vieja abatio los brazos y la voz para murmurar:
--?Me desafias?... ?Te burlas de mi?... Tu eres la santa..., la
santa....
Esta palabra mordaz, aplicada perfidamente, tenia el privilegio de
aplacar las rebeliones de Carmen, tan humanas y tan justas.
Humillo la mirada, y cogio del suelo el bastidor.
Estaba pensan
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