ndres, apestando a vino, la encendio la
cara.
No supo si fueron los labios del mozo una cosa rusiente que le dolio en
el cuello, ni supo de donde habia sacado ella un grito de furiosa
rebeldia y una fuerza salvaje para desasirse de aquel abrazo exultante
y ansioso.
Andres, impulsado hacia atras por las dos manos breves y nerviosas de la
nina, dio un traspie no muy gallardo y solto una palabrota soez.
Ella toco casi el dintel de la habitacion, y en aquel momento las dos
hojas de la puertecilla se plegaron rapidas como por infernal conjuro y
se corrio un pesado cerrojo, cerrandolas en firme, al son de una
implacable risa de mujer....
Habia llegado Andres a la casona aquella manana, desarrapado y sucio,
borracho y rendido de fatiga en los barbaros azares de sus aventuras. Su
hermana le insto a dormir y a descansar sin descubrir su presencia; y
espiando a Carmencita, la vio subir al sobrado, y fuese a despertar a la
fiera, azuzandola con el nombre de la muchacha y con la promesa de que
arriba la hallaria sola y suya..., regalada..., ofrecida...,
esperandole....
Le empujo hacia la escalera, poniendose un dedo en los labios en senal
de silencio y prudencia, y Andres subio en calcetines y en mangas de
camisa, como le habia sorprendido durmiendo aquella tentacion
monstruosa....
Al ver el mozo como la puerta cerrada le aseguraba la presa, se rehizo
sobre sus piernas, no muy fuertes, y avanzo de nuevo hacia Carmen con
los brazos extendidos.
La alcanzo; la tuvo cenida y manoseada brutalmente; la tuvo saturada por
su aliento avinagrado, maculada por sus besos voraces y estuosos.... Ya
se reia, con una risa sadica y proterva, una risa de victoria y
ufania.... Pero la muchacha se defendia, convulsa y desesperada, con
denuedo asombroso y tenaz que centuplicaba sus fuerzas y ponia en sus
ojos profundos una lumbre de sagrado furor.
Con la suprema vibracion de todos sus nervios, Carmen se desprendio por
segunda vez de las garras feroces, y en aquel minuto de libertad
providente le puso al mozo las dos manos en el pecho y le dio un empujon
con todo el vigor juvenil de su noble sangre sublevada y de sus musculos
en tension.
Andres, no muy libre de los vapores del vino, cansado y temblequeante,
rodo por el suelo, levantando sobre el tillado trepido una nube de
polvo.
El golpe recio de la caida retumbo por la casa abajo como el eco sordo
de un trueno. El hombron, pataleando, con la boca llena de blasfemias y
los puno
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