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chacha la memoria de los serenos dias que disfruto en aquella noble casa, hasta la infausta hora de la muerte del hidalgo. Siempre que el recuerdo de aquella muerte le acudia, sentia en torno suyo el sordo rumor de unas alas hostiles y el graznido agorero de un ave siniestra. Un fatalismo implacable la sacudio obligandola a incorporarse, tremula, bajo aquel susto misterioso, huyendo del vuelo torpe y del canto augural. Vio entonces a Salvador, vigilante y desvelado, contemplandola con insaciables arrobos, con infinita y atenta solicitud. Ella, sin sorpresa, segura de que alli la estaba acompanando el constante amigo de su alma, le pregunto, con voz lagrimeante de nina miedosa: --?Todavia vuela por aqui la _netigua?_ Salvador ignoraba que Carmen unia siempre a la idea de la muerte la aparicion del ave fatidica; pero al notar el entristecimiento de su semblante, adivinador y cuidadoso, le dijo, como quien cuenta una infantil conseja: --Ya no volvera la _netigua_ nunca a volar sobre tu jardin. Yo la mate, ?no sabes?, con mi escopeta cazadora, desde el balcon de mi cuarto. Cayo, sin vida, encima de un rosal, v me costo encontrarla, porque las flores que ella lastimo al caer la cubrieron de hojas.... --?Toda la cubrieron? --Toda; y asi, cubierta de rosas, la hice enterrar.... iYa no hay _netigua_!... Carmen, con voz de maravilla, repitio como un eco: --iYa no hay _netigua_! Y, con la cara radiante, poso otra vez en la almohada su cabeza peregrina. Salvador la pulso, acariciandola como a un angel o como a un nino, blanda y dulcemente. La fiebrecilla que, al atardecer, la enardecia, habia remitido en el bienhechor reposo de aquellas ultimas horas, y al esconder los ojos a la sombra ideal de las pestanas, el buen sueno reparador la beso en los parpados, hasta que, vigilada de cerca por el amor, se quedo dormida. XII Engendrada en el seno recatado de aquella noche de abril, nacia la primera manana de mayo, rasgando los tules candidos de la aurora desenvolviendose, con divina gracia, del manto azulino que la luna habia puesto palido de luz. Todo el jubilo de la primavera se asomo al cielo y se fundio en un azul profundo, nuevo y triunfante, que recorto en su intensidad milagrosa los montes gigantes, los bravos montes de Cantabria. Blanquearon en el valle todos los senderos, tendidos sobre el verde lozano de mieses y praderas, y en todos los nidos se inicio una armonia de gorjeos,
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