a gritos desde los campos y desde los
bosques, desde las huertas y desde los nidos, desde el cielo irisado en
amaneceres risuenos y desde los espinos en flor.
Y ella volvia la cara hacia aquel lado donde la primavera nacia cantando
amores, y sentia todo su ser congestionado por el hechizo de vivir y por
la ilusion de amar....
Cuando se daba cuenta de haberse entregado a estos extasis humanos,
seducida por las voces sordas de la Naturaleza, un espiritu de
religiosa austeridad la hacia estremecerse, y su alma, poseida del afan
del martirio y de la santidad, respondia con todas sus escasas fuerzas
al reclamo implacable de aquel afan.
Era entonces cuando buscaba enardecida los libros devotos para aplacar
en los manantiales de su doctrina la sed y la fatiga del corazon.
En aquel libro de tapas azules y letras de oro que Salvador le enviara
en secreto, con una carta insinuante y tierna, habia leido Carmen con
emocion:
"No traigas yugo con los impios, porque ?que comunicacion tiene la
justicia con la injusticia? O, ?que compania la luz con las tinieblas?
O, ?que concordia Cristo con Belial?... ?Que parte tiene el fiel con el
infiel?... Por tanto, salid de en medio de ellos y apartaos, dice el
Senor, y no toqueis lo que es inmundo".
Maravillada de la limpieza y altura de estas maximas del Evangelio,
Carmen sentia crecer su repugnancia instintiva hacia la existencia y los
seres de la casona, y miraba al cielo puro con un inconfeso anhelo de
volar, con un callado presentimiento de las alas ligeras y giros
alegres, abstrayendose con delicia en la contemplacion de las mariposas
y de las aves suspirando con hastio en su carcel sombria de Rucanto.
En una de aquellas divinas horas de resurreccion de tierras y corazones,
Carmen subio a su observatorio del sobrado para mirar a la naciente
primavera cara a cara y calentar al sol su alma aterida.
Todo el paisaje, en la calma de la tarde abrilena, cantaba un _hosanna_
de triunfo; y del celaje diafano, de la vegetacion lujuriosa, de las
hiendas humeantes y de las glebas en oreo se alzaba en voz sin acentos,
valiente y subyugadora, un fervido _ialeluya!_ que a la nina de los ojos
garzos le apreso el alma. Cautiva la tenia, puesta en una milagrosa
sonrisa que habia florecido en sus labios, cuando sintio tras de si un
jadeo de carne brava y un resuello caliente y brutal.
Sin tiempo para volverse a mirar se encontro prisionera en unos brazos
duros y torpes, y el aliento de A
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