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salita baja y se acercaron a la reja que daba al jardin sobre el vano de la ventana. Fernando busco un taburete para sentarse a los pies de la nina, y como si cediera a un impulso contenido y frenetico, con una embriaguez de palabras ardorosas, la hablo de amarla mucho y amarla siempre. Ella aturdida, hechizada, se dejo inflamar en aquel fuego divino que ya habia prendido en su corazon, y respondio a la querella amorosa con una encantadora reciprocidad de promesas. El decia con una vehemencia arrebatadora; ella con una ingenuidad tan blanda y dulce que su voz regalada parecia un suspiro. Hicieron su novela. Se casarian, y el la llevaria en su barco por la llanura inmensa del mar bueno, de su amigo el mar. Seria su viaje de novios como un vuelo sin fatiga por un desierto azul; seria la posesion pacifica y suprema de todos los goces del amor, en un olvido absoluto de la tierra, en una excelsa meditacion sin turbaciones, en una vida nueva, sin limites, sin horizontes, inmensamente feliz. Carmen veia como el cielo todo bajaba a su corazon confiado y noble; veia como era verdad que habia en el mundo amor y ventura. Fue aquel un idilio intenso, ferviente, vibrante, erigido en una hora de gloria humana, en que todas las ilusiones de Carmen florecieron con divinas rosas.... Una cosa acre, fria, inclemente, rodo encima de aquel himno armonioso. Era la voz de Narcisa que pedia la cena. Carmencita, incapaz de bajar de un solo paso desde el cielo rutilo y floreciente hasta el lobrego comedor de la casona, se deslizo hacia su dormitorio para recogerse un momento y componer su semblante transfigurado. Iba casi a tientas por salas y pasillos penumbrosos, a los cuales la luna se asomaba un poco por las vidrieras desnudas. No sabia la joven de cierto si pisaba en el tillo crujiente o en una nube esplendorosa y flotante, o ya en el barco milagroso de Fernando.... Iba alucinada, henchida de felicidad.... Al llegar cerca de su cuarto, sin miedo a nada ni a nadie del mundo, desasida de la tierra, elevada a todas las excelsitudes de la gloria, una sombra siniestra cruzo a su lado; la vio desvanecerse hacia el fondo oscuro del corredor. Con el corazon acelerado, entro en su aposento, y, buscando cerillas en su mesa, encendio una luz. Miro en seguida a todos lados con zozobra, y encontro a su pobre Nino Jesus, colgado ignominiosamente de un clavo por los escasos cabellos rubios. Corrio a libertarle de aquel
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